Imposición, coacción o fuerza y prestigio o respeto.
En la Roma clásica, existían tres maneras distintas de interpretar el poder: el «imperium», la «potestas» y la «auctoritas».
El “imperium” era un poder absoluto propio de quienes tenían capacidad de mando, se trataba fundamentalmente, de quienes mandaban al ejército. Estaba también la “potestas”, que era el poder político capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza. Y, finalmente, existía la “auctoritas”, un poder moral basado en el reconocimiento o prestigio de una persona y recaía en los estudiosos del Derecho también conocidos como ‘sapientes’.
Fíjense que hace de esto más de 2.000 años y todo sigue vigente. Sobre todo, por la cuestionada separación de poderes que debe regir nuestro sistema democrático, como la de casi todos los países modernos, aunque últimamente se haya convertido en casi una utopía.
Podríamos enfangarnos en una diatriba político-judicial pero sería dar carnaza a los todólogos y realmente me niego. No me gusta. Mejor será echarle un poco de humor a esta circunstancia y pensar que nada es ‘Ad aeternam’ aunque muchas de estas cosas sean ‘Casus belli’ porque esos, nuestros dirigentes, en pleno ‘Delirium tremens’ por la ingesta masiva de poder, no piensan que el ‘Amor vincit omnia’.
Los últimos cuatro días nos han dado mucho que tejer, pues si la consecución del Congreso regional del PSOE de Castilla-La Mancha con la aclamación de García-Page en presencia de Pedro Sánchez dio que hablar, más se está comentando sobre la reentrada elefantiásica de Donald Trump en la presidencia americana.
‘Grosso Modo’, nuestra vida ha cambiado ‘Ex nihilo’ porque ya ‘Habemus papam’ político en el mundo y solo esperamos que el ‘Modus operandi’ del rubio presidente estadounidense no nos cambie mucho el ‘Statu quo’ haciendo ‘Tabula rasa’ con su avasallante ‘Veni, vini, vici’.
Eso sí, muchos arribistas están ahora ‘Tumidus potentia’ pero no caen en la cuenta que ‘Memento mori’. Prefieren el ‘Carpe diem’ porque tarde o temprano ‘Omnia terminos’.
Disculpen ustedes que haya usado el elocuente idioma de nuestros antepasados romanos, pero me pareció una elegante solución para poder describir la fastuosa inutilidad, ignorancia, inoperancia y, sobre todo, insultante petulancia de muchos cargos electos que acaban de aterrizar en nuestras azoteas y lo único que saben hacer, como los ancestrales inquilinos de esas estancias superiores, es hinchar el pecho como un simple palomo. Que Dios nos pille confesados.