Desde el origen de los tiempos, la humanidad se ha percibido frágil, efímera y desorientada en el mundo. Aunque esto no lo cuenta la Biblia, yo creo que lo primero que hicieron Adán y Eva en la Tierra, fue intentar encontrar referencias en el espacio y en el tiempo, comprendiendo que hubo un antes y un después de su encuentro con el árbol del bien y del mal. Luego vinieron miles de años observando los astros desde aquellas enormes pirámides, los ciclos del sol y de la luna, el devenir de las eras y de las edades del hombre.
El ser humano pronto se dio cuenta de la importancia de determinar el cuándo, porque tan imprescindible era saber cazar y dónde, como acudir todos a una en el momento preciso en que la manada de mamuts atravesaba el desfiladero. Nuestros ancestros asimilaron que la experiencia temporal era totalmente subjetiva, y decidieron crear los primeros instrumentos para medir de forma consensuada el paso del tiempo. Aparecieron los rudimentarios relojes solares y otros ingenios como las clepsidras, que eran relojes de agua utilizados durante la noche.
Los romanos imaginaron el tiempo como una criatura invisible e insaciablemente devastadora, y acuñaron la elocución Tempus Fugit, tantas veces inscrita en los relojes clásicos, que significa algo así como que el tiempo es fugaz y valioso. El dios Chronos se representaba como un anciano cruel que ponía en movimiento la rueda del zodiaco, mientras devoraba a sus propios hijos. La tradición relojera romana fue continuada en Occidente durante la Edad Media, motivo por el cual es frecuente que las horas se representen con su sistema de numeración, y no en números arábigos.
Siempre ha existido una percepción subjetiva del tiempo, lo que nos lleva a pensar que el ser humano tiene una capacidad innata para distinguir entre el pasado y el futuro, puesto que es un ser de memoria y de proyecto. Pero a parte de esa visión particular e intrínseca a la conciencia humana, que la Antropología ha llamado temporalidad, existe un tiempo físico y absoluto, definido por primera vez por Isaac Newton como duración, para diferenciarlo del tiempo usado por el vulgo, que es el que cronometramos y medimos a través de las horas, los segundos, los calendarios u otros sistemas, influenciado por cada cultura, y por tanto, un tiempo relativo.
El tiempo comparte relaciones manifiestas con el poder. Más allá del día y de la noche, cada élite gobernante ha definido sus calendarios y sus eventos, como hitos destacados en esa línea temporal. Cada institución define sus días festivos y laborables, sus plazos, sus ciclos. Adelantamos o atrasamos los relojes al antojo de los que nos gobiernan. Al fin y al cabo, los acontecimientos ordenados e interpretados desde otro tiempo y otros poderes, es lo que conocemos como memoria histórica.
Por citar un ejemplo de esta relación tiempo-poder, durante la Edad Media los trabajos del campo se regían por la luz solar, y el tiempo era el que marcaban los relojes de los monasterios, que tenía que ver con las horas de rezos (laudes, maitines, etc.), debido a la visión teocéntrica propia de esta época. A medida que las ciudades crecieron, y los gremios de oficios y artesanos, así como el comercio, adquirieron importancia social y económica, fue necesario disponer de relojes públicos en cada plaza de cada población, porque el tiempo religioso no era orientativo para determinar las horas a las que los oficiales comenzaban su jornada, las horas a las que llegaban y salían los paquetes, las horas a las que los viajeros debían subir a las diligencias.
Podemos encontrar una representación palpable de esta idea del tiempo social y la importancia que adquirieron los relojes públicos en la actual Plaza del Reloj de Talavera, que a pesar de los distintos nombres que ha tenido (Plaza Pública, Plaza de la Villa, Plaza del Comercio, Plaza de la Constitución, etc.), durante siglos ha sido el centro neurálgico de la ciudad, donde se cruzaban los caminos hacia otras localidades, y donde tenía lugar la mayor actividad comercial del municipio.
Desde el siglo XV, esta plaza ha estado presidida por una torre con un reloj público. El antiguo reloj se exhibía en una de las torres de la muralla que conectaba con el Arco de San Pedro. El actual se encuentra ubicado en el mismo sitio, en un edificio representativo del estilo arquitectónico art decó, construido durante la década de 1930, bajo la alcaldía de Justiniano López Brea.
Este reloj público ha marcado las horas de la historia cotidiana de miles de talaveranos y talaveranas. En cierto modo, su antigua maquinaria puede considerarse el latido social de la ciudad, y adquiere especial protagonismo, siguiendo la tradición, el último día del año. Como dice la canción de Mecano, en estos momentos finales de 2024 “hacemos el balance de lo bueno y malo, cinco minutos antes de la cuenta atrás”. Estos últimos instantes, seremos más que nunca seres de memoria y de proyecto, pero no olvidemos vivir desde el presente, que dicho en latín es Carpe Diem. No perdamos ni un segundo de nuestra existencia pensando en lo que pudo ser, o en lo que probablemente no será, porque lo bueno que tiene el tiempo es que, aunque no lo parezca, es libre y personal, y podemos experimentarlo, recordarlo, adivinarlo a nuestra medida, así que centrémonos más en vivir la vida y en lo que nos haces felices. ¡Feliz Año Nuevo 2025!