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Cuando la Navidad era en papel

Cuando la Navidad era en papel
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Escrito por Ana María Castillo Pinero

Por LVDT
jueves 12 de diciembre de 2024, 10:30h

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Cuando yo era pequeña, las navidades eran más cortas y escasas. Eran navidades en papel.

Los padres acudían con ilusión primeriza al estudio del fotógrafo, que obraba el milagro del bebé tocando la zambomba, durante el instante preciso para arrancar la orgullosa sonrisa de sus abuelos, cuando recibían el esperado “Feliz Navidad”, o el clásico “Felices Pascuas”.

Recuerdo los días previos a la Navidad, cuando íbamos a las papelerías y seleccionábamos las tarjetas navideñas, en función de la formalidad requerida o de las preferencias personales. A mí me gustaban mucho las de Ferrandiz, ese gran ilustrador de niños y niñas cabezones de ojos achinados. Unos días antes de la Nochebuena, la televisión culona, se empezaba a llenar de Chrismast de familiares, amigos, del banco, del seguro de los muertos… ¡cuantos más, mejor!

El papel era entonces muy necesario, sobre todo el Papel Albal del bocadillo, que te servía también para construir aquellos ríos helados de polvo de talco, donde depositábamos las ánades ¡tan representativas de Belén de Judá!, y en cuyas márgenes había pastores, lavanderas, y a lo lejos, el Castillo de Herodes con sus palmeras.

Tengo guardada en la memoria alguna estampilla del “Chiquirritín metidito entre paja”, que nos daban a los que íbamos a cantar a la Misa del Gallo. Pero si había un papel que no se podía extraviar, ese era la entrada a la fiesta de Nochevieja, que te daba derecho a cotillón, con barra libre o consumición. Mi generación ha podido perder varias veces el título de Bachillerato, pero la entrada a Nochevieja, ¡nunca!

Luego estaba el otro papel, el de las paredes del salón, cuando nuestros padres se vinieron arriba con las decoraciones, en los años en que la empanadilla de Móstoles, Mecano y el Emérito nos deleitaban con sus interpretaciones. ¿Quién no tiene alguna foto brindando con un estampado de flores de fondo? Yo estoy deseando que se acabe el minimalismo y volvamos a aquellos empapelados optimistas.

Llegaba el Año Nuevo y con él, el reparto de calendarios publicitarios. Estaba la versión de bolsillo, la versión familiar que se colgaba en la cocina, y la versión patrocinada por el patriarcado machocentrista, que se reservaba para determinados ámbitos laborales.

A veces por estas fechas te llegaba una carta del exnovio hola chata, tipo “¿Como estás? ¿Te sorprende que te escriba? Tanto tiempo…es normal”, y sí, la verdad, te sorprendía, lo vuestro era papel mojado.

Pero la reina de todas las cartas navideñas era la que escribías a los Reyes Magos, y esas no se han conservado, porque los funcionarios de Correos, siempre eficaces y diligentes, las hacían llegar a Sus Majestades de Oriente, en un mundo sin navegador. ¡Menudo papelón el de nuestros padres!

Nos entreteníamos mucho haciendo bromas, rellenando los envoltorios de los polvorones para las visitas, que nos habíamos comido a escondidas, pero se acababa la fiesta cuando te acordabas de entregarle las notas a tus padres para que te las firmaran. En algunos casos se negaban a firmarlas, porque entonces no se sabía del trauma y otros problemas psicológicos que fuimos gestando en aquellas navidades en papel. De ahí que triunfara el temazo de Los Rodriguez “Déjame atravesar el tiempo sin documentos”, porque una transición digital se estaba pidiendo a gritos, sobre todo por el asunto este tan incómodo de suplicar la firma de las notas en enero.

Historias aparte, lo importante de la Navidad no es tanto el tipo de soporte, sino que la sigamos celebrando. A pesar de que esta fiesta se ha convertido en sospechosa de consumismo, la Navidad cumple un papel social imprescindible. Se trata de una fiesta milenaria, cada vez más celebrada en el mundo, al margen de la religión que profesen sus habitantes, y es que en sí misma significa una exaltación de la humanidad, de la infancia y de la solidaridad.

Dice la Antropología que el origen social de la Navidad, heredera de las Saturnales romanas, está en el miedo que suscitaba la noche de los tiempos, y la necesidad de alumbrarlo, por eso se celebran las tres grandes noches: Nochebuena, Nochevieja y Noche de Reyes. La Navidad es la luz de la humanidad, representada en la fragilidad de un recién nacido. La Navidad es la esencia divina de lo humano.

Esta celebración que algunas veces nos puede resultar molesta, nos obliga a revisar cómo están nuestras relaciones de amistad y de parentesco, cómo gestionamos nuestras ausencias, qué hacemos con nuestras vidas, qué deseamos y qué tememos, en definitiva, es un tiempo para la reflexión y un tiempo para disfrutar. Por eso yo os deseo mucha Navidad, en papel o en digital, pero con mucha humanidad. Queridos lectores y lectoras, amigos y amigas, familia carnal y política, que tengáis todos y todas ¡Feliz Navidad!

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