A medio camino entre Talavera y Guadalupe, existe un lugar remoto, medio toledano medio extremeño, donde todavía, según Félix Urabayen, se pueden encontrar conquistadores. Se trata de la cenicienta de todas las comarcas, la que no conoce aún carretera recta y bien peraltada. Por si no lo habéis adivinado, me refiero a la comarca de La Jara, cuya cabecera es el pueblo de Belvís. Es esta una zona orográficamente difícil, y por tanto aislada, según algunas Administraciones Públicas que justifican así su estado de abandono, lo cual no impide que los fines de semana se llene de madrileños, hasta duplicar su población habitual.
Son muchos los que acuden cada festivo y día de libranza en busca de sus raíces, a esta tierra de valientes que se resiste a pasar a engrosar las listas de la España Vaciada. A cambio de la visita, nadie se va de vacío. Un maletero lleno de cajas del más preciado oro líquido, miel, quesos artesanos, embutidos y todo tipo de dulces y productos de panadería, (por no hablar de lo que da de sí la huerta de los abuelos octogenarios que se desplazan por las estrechas calles en antiguos vehículos todoterreno), es el souvenir por excelencia que atestigua haber pasado una feliz estancia en cualquier pueblo de la Jara. ¿Imanes de recuerdo para la nevera? Tonterías, de eso no hay.
A principios del siglo XX vivía en Toledo un novelista navarro de espíritu inquieto, crítico hasta la saciedad y viajero de caminos polvorientos, amigo de tertulias y conspirador de la ironía. Fue profesor, Director de la Escuela Normal de Magisterio y Consejero de Cultura. Colaboró con el periódico El Sol, donde publicaba una serie de artículos de carácter costumbrista sobre los pueblos y comarcas que visitaba. Félix Urabayen Guindos, era especialista en decir verdades como templos, y nada ni nadie escapaba de la tiranía de su cuaderno de notas. Y así fue como, tras coincidir con su amigo Manuel Farelo Vázquez en las tertulias de sociedad toledanas, se familiarizó con la entonces próspera comarca de la Jara, y decidió hacerle la radiografía. Al más puro estilo cervantino encontró inspiración en los aspectos quijotescos de estos pueblos, hizo del estereotipo su protagonista y de la costumbre una trama.
Era Don Manuel, según informa el historiador Fernando Jimenez de Gregorio (La Jara, motivo literario. Nº 62 Revista Ayer y Hoy, 1958), la encarnación del personaje principal del capítulo El Caballero del Verde Gabán. Durante años, Farelo, como se le conocía en el pueblo, fue Secretario del Ayuntamiento de Belvís, y después, Interventor del de Toledo. “Hombre de gran memoria, de palabra fácil, grandilocuente, llenaba con su gruesa humildad y gestos expresivos el diván de El Español, donde todas las tardes se reunían”, así es como lo describe Jimenez de Gregorio, conocedor de primera línea de este héroe del tresillo tertuliano y de este Belvís novelado por Urabayen.
La novela titulada 'Vidas difícilmente ejemplares', ya advierte desde las primeras líneas del prólogo de su intención por descubrir la picardía del místico y el misticismo del pícaro. Desde un enfoque siempre humorístico y caricaturizado, se ponen en tela de juicio los estereotipos, los prejuicios y las costumbres de la sociedad rural, venida a más, a principios del siglo XX. La historia del Caballero del Verde Gabán es una historia de conversión del más desvergonzado y mujeriego joven de la Jara, a la vida de fiel marido y serio funcionario, tras verse involucrado en un asunto de faldas con una mujer casada, del que salió airoso acudiendo al amparo de la Virgen de Guadalupe, justificando su inoportuna desnudez nocturna en mitad de la calle principal del pueblo, con la noble intención de peregrinar al Santuario, de semejante manera, en la noche más fría del mes de enero, como penitencia. Es tan serio este asunto de la promesa de peregrinar a Guadalupe en La Jara, y se aventura tan desgraciado el futuro del que la incumple, que los propios jóvenes del pueblo conmovidos por tan beata confesión, se ofrecieron voluntarios a acompañarle para prestarle ayuda con mucha sorna, en su piadosa hazaña.
No daremos más detalles del relato de esta historia, donde además de entretener al lector, se dibuja con excelente maestría el retrato costumbrista de esta comarca. Ya hemos contado antes lo referente a las ideas piadosas, pero la novela también describe aspectos importantes de la vida cotidiana de Belvís, como la importancia de la sociabilidad, la picaresca, el ingenio de sus gentes, el ambiente labrador, la tertulia de tresillo, la sorprendente elegancia y cultura de ciertos círculos de funcionarios, la influencia de Talavera…Se describen también los estereotipos relacionados con la mujer de la época, afortunadamente ya en parte superados, así como una diferenciación muy marcada entre clases sociales.
Al final de la historia, el autor no pasa por alto uno de los principales atractivos del pueblo, la sobria pero imponente arquitectura de sus casas de labradores, por las que hace un exhaustivo recorrido, tomando como ejemplo una de las más antiguas y mejores casas del pueblo, la de Don Manuel Vázquez Farelo, a través de su bonito portal, la enramada, el patio y los grandes corrales, narrando con sutileza el escenario más privado y confortable de la vida en la Jara, en contraposición a los espacios públicos representados por la plaza y el casino del pueblo.
La obra de Félix Urabayen fue silenciada durante la dictadura franquista, debido a su trasfondo ideológico afín a las ideas de la República. Tal vez a consecuencia de esa mirada crítica que ejercía el autor sobre la sociedad toledana, finalizada la censura, no ha habido una verdadera implicación por parte de las élites culturales de esta provincia en dar a conocer y divulgar el importante legado que el autor navarro nos dejó. Viajero, cronista y embajador de pueblos toledanos, permanece en un lugar muy discreto, en mi opinión, en el cuadro de los laureados que dibuja la Real Academia. Al igual que la comarca de la Jara, la obra de este excepcional periodista y novelista espera una oportunidad para ser valorada y apreciada:
” Una leyenda bastante generalizada es la de que en tierras toledanas no existen ya conquistadores. Los que tal afirman, sin duda no se han dado una vuelta por la Jara; solo se han asomado a Lagartera y Oropesa, que son los hitos llamativos, pero no el riñón geográfico de esta región ignorada.” (Vidas difícilmente ejemplares, Félix Urabayen,1931)