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Una partida de cartas al atardecer con Juan Ruiz de Luna

Una partida de cartas al atardecer con Juan Ruiz de Luna
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Escrito por Ana Castillo

Por LVDT
jueves 11 de julio de 2024, 17:30h

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Durante muchos años no ha habido costumbre más sagrada en los pueblos de España que echar la partida de cartas. La partida suponía para los hombres ese acto de expansión del espíritu y una forma de sociabilidad suprema. Una imagen vale más que mil palabras, y por eso, esta fotografía nos dice mucho acerca de sus protagonistas y de la época en la que vivieron. Lo primero que llama la atención de este retrato de grupo es el deseo de inmortalizar este momento, la intencionalidad del fotógrafo de dirigir nuestra mirada hacia este grupo de amigos. Llegados a este punto, revelaremos que los que están jugando a las cartas son Juan Ruiz de Luna (a la izquierda con sombrero) y su gran amigo Filadelfo Chico (a la derecha), boticario de Belvís de la Jara. La identidad del tercer jugador está por confirmar, pero bien pudiera tratarse de Manuel Díaz, médico de las Herencias. ¿Cómo se llega a este momento y qué significaría para Juan Ruiz de Luna? Sin duda la trama no empieza con este posado, esto es una panorámica de lo que fue y de lo que estaba por venir. La siguiente historia ha sido reconstruida con la información contenida en las memorias de Manuel Díaz, mi bisabuelo, el extracto del diario de Juan Ruiz de Luna facilitado por su biznieta Esther Magaña, y la propia fotografía y otros documentos gráficos aportados por José Luis Chico, biznieto de Filadelfo. En gran medida este relato se nutre de fuentes orales, lo que escuchamos contar a nuestros padres y abuelos.

Todo comenzó algunos años atrás en Madrid, en una casa de huéspedes de la calle de la Arganzuela, regentada por una patrona campechana y desprendida, según palabras del propio Juan. Allí fue donde quiso la suerte que coincidieran Manuel y Jerónimo. Manuel era natural de las Herencias, hijo de labrador de Belvís de la Jara, estudiante en la Facultad de Medicina de la recién estrenada Universidad Central de Madrid. La gente dice que la vida de estudiante es la vida mejor, pero en aquella época los chicos de pueblo lo tenían más difícil. Como bien relata Manuel en sus memorias, llegar a la Universidad pasaba por separarse de su familia a la temprana edad de 12 años, para cursar dos años de Latín en Talavera y posteriormente el Bachillerato en Toledo. Una vez en Madrid, lo normal era buscar por mediación de conocidos una pensión modesta pero habitable. Estas pensiones se convertían en lo más parecido a un hogar para muchos jóvenes estudiantes venidos de los pueblos, cuyas familias habían depositado todas sus esperanzas y ahorros en la ilusión de que optaran a una mejor educación, aun a expensas de una larga ausencia de la casa familiar. Por recomendaciones y mediante el boca a boca, los estudiantes de la misma comarca terminaban casi todos en la misma pensión.

Jerónimo y Emilio, hermanos mayores de Juan, eran pintores decoradores y trabajaban en la Iglesia de San Francisco El Grande. Muy pronto Jerónimo y Manuel se hicieron grandes amigos, y pasaron algunos veranos de alegres andanzas entre Belvís, las Herencias y Talavera. Jerónimo, gracias a su don de gentes, se hizo muy conocido en Talavera y empezó a tener encargos como decorador, llegando a establecerse allí definitivamente con su hermano Emilio. Poco después llamaron a su jovencísimo hermano Juan, para que les ayudara. Casualidades de la vida, fue así como Juan Ruiz de Luna, natural de Noez, comenzó su camino profesional en Talavera. Durante este tiempo, los hermanos alternaban su trabajo en Talavera con estancias en Madrid para mejorar la formación artística de Juan y así, coincidieron Juan y Filadelfo en la pensión. Filadelfo era natural de Belvís de la Jara, y conocido de Manuel, su padre era notario y él estudiaba en la Facultad de Farmacia. Era un joven apuesto y de espíritu muy animado.

De la historia de Juan Ruiz de Luna ya se ha hablado mucho pero, ¿qué fue de Manuel y Filadelfo? La fotografía nos muestra a tres amigos, un día estudiantes en la capital, regresados al pueblo, con cierta nostalgia de sus años de juventud. De Manuel sabemos que ejerció como médico titular en su pueblo, las Herencias. Posiblemente en la decoración de su salón, como regalo de bodas en el año 1886, participó Juan Ruiz de Luna, aunque esto no se ha podido documentar debido al deterioro que sufrieron los frescos durante la Guerra Civil. En 1930, ya siendo ceramista, le decoró la fachada. Manuel fue un médico comprometido con el mundo rural y las necesidades humanas más primarias. Hizo una peculiar donación de terrenos para construir el nuevo cementerio del pueblo, con la única condición de que fuera gratuito el dar sepultura en él a los vecinos, “para que ningún herenciano pudiera decir que no tenía donde caerse muerto”.

Filadelfo ejerció como farmacéutico en Belvís de la Jara. Como los encantos de Madrid le distraían con facilidad de los estudios, su querido Juan le propuso que si algún día llegaba a terminar la carrera, le decoraría su botica, y así sucedió, años después cuando abrió su propio despacho en la calle de la Iglesia, en el año 1883, según informa en un artículo de prensa el Catedrático Jimenez de Gregorio, que le conoció personalmente y de quien escuchó esta historia. Es probable que al frente de esta decoración estuvieran sus hermanos Jerónimo y Emilio, pero como en el caso anterior, nada se ha podido documentar. Se casó con Carmen Ginés y esto dio lugar a una auténtica saga de descendientes boticarios. Lo mucho que aportaron con su trabajo ha hecho que tanto Filadelfo como Carmen tengan en el pueblo una calle dedicada.

No sabemos lo que significaría para Juan Ruiz de Luna este momento y por qué decidió darle esta trascendencia con su genial y siempre artístico enfoque. Desconocemos quienes son el resto de personas retratadas en esta partida que tuvo lugar en la Huerta de la Escribana, propiedad de Filadelfo. Sí podemos afirmar que eran frecuentes sus visitas a Belvís. Tuvo aquí muchos encargos como fotógrafo y realizó también algunas obras en su etapa posterior de ceramista, como el emotivo mausoleo de la familia López Paredes, a la memoria del médico fallecido en el campo de batalla. En mi opinión, esta fotografía es una oda a la amistad, pero también constituye un retrato de la sociedad y los estereotipos de una época. Los tres hombres que protagonizan esta historia tienen en común unos valores muy afines a las ideas del regeneracionismo forjados en el Madrid de su juventud de finales del siglo XIX, ideales que incorporaron cada uno en su ámbito profesional, en aras del progreso de sus localidades de origen o destino. Sin duda, la parte más tangible de esta visión cultural regeneracionista la encontramos en la producción ceramista de Ruiz de Luna, que reinventó lo mejor de la tradición talaverana y lo transformó en referente identitario indiscutible de la conocida Ciudad de la Cerámica.

Artículo escrito por Ana Castillo.

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