El 13 de Octubre de 1978 hacía su aparición pública en Toledo la Asociación RETAMA, acrónimo de su más extenso título de “Reivindicaciones Toledanas de Amigos del Medio Ambiente”.
Me embarqué a dúo en la iniciativa fundacional con Gil Antonio Ballesteros con quien, aparte toledanismo radical, también compartía inquietudes literarias. Del ideario básico de la Asociación quedaba constancia en un escrito mecanografiado del que, a falta de otra documentación muy modesta –quizá un tríptico de hechura casi artesanal que no he logrado encontrar–, he guardado la copia de cuatro folios que redacté al efecto. Fue el Diario “La Voz del Tajo” el medio provincial elegido para la publicación de esta especie de manifiesto.
A pesar de que la iniciativa no era ya otra cosa que un último esfuerzo, casi póstumo, de mantener viva la reivindicación de la pureza integral de las aguas del Tajo, heridas ya de muerte por su expoliador trasvase al Segura, desde el principio contamos, entre otras, con adhesiones formales tan notorias como las de don Juan Ignacio de Mesa y don Joaquín Sánchez Garrido, ambos excelentes Alcaldes de Toledo.
En realidad, RETAMA venía a ser un subproducto, casi melancólico y residual, del ya extinto Equipo Defensa del Tajo que, ya cosechadas todas sus frustraciones, había arriado todas sus banderas.
Sin embargo, traspasada y superada la lucha anti-trasvase como “reivindicación toledana”, por muy irrenunciable que fuera, y quizá tal vez por ello acusada de fundamentalismo excesivamente localista, RETAMA venía a ser, haciendo honor a su título, una iniciativa pionera que aportaba un planteamiento más general y extenso, comprensivo de toda la compleja realidad de la problemática medioambiental.
Por aquellos años, quizá incomprensiblemente, tal problemática todavía no había adquirido carácter de preocupación prioritaria en el conjunto de la sociedad española, y por tanto tampoco se había convertido aún en mercancía política de lucha electoral entre partidos.
No obstante, la comunidad científica internacional y con ella las instituciones académicas más prestigiosas ya venían tomando conciencia de la necesidad de afrontar tan decisivo condicionante del inmediato futuro de la vida sobre nuestro planeta.
Así, por ejemplo, ya en 1975, se crea el CIFCA, “Centro Internacional de Formación en Ciencias Ambientales para países de habla española”, con sede en la muy madrileña calle de Serrano, surgido al amparo de un Acuerdo entre el gobierno español y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, (PNUMA), y cuyo reto crucial era afrontar la compatibilidad entre proyectos de crecimiento, sobre todo en países en vías de desarrollo, y conservación del medio ambiente y correcta gestión de sus recursos.
Era necesario poner un énfasis muy especial en la formación de profesionales y especialistas capacitados para planificar y ejecutar esos proyectos. La verdad es que la tan cacareada “sostenibilidad” de nuestros días, tan vendida como novedosa mercancía política, es un “invento” bastante más antiguo.
En aquellos años iniciales, el CIFCA congregaba en su plantilla de profesores a los mejores especialistas y técnicos en cada una de las materias. Del conocimiento de su ciencia tuve el privilegio de aprender lo necesario para obtener la Diplomatura que me permitió familiarizarme con los llamados “Cuadernos del CIFCA”. Eran en realidad publicaciones de formato muy reducido pero muy didácticas, entre las que sobresalían muy especialmente los Estudios de Impacto Ambiental, base a tantos años de distancia, de las actuales EIA, (Evaluación de Impacto Ambiental), aplicadas ya con carácter general a todo proyecto con mayor o menor incidencia sobre elementos medioambientales.
De manera un tanto sorprendente, tal vez motivada por razones políticas más que por cualquier otra causa, en junio de 1984 se decreta la suspensión del Acuerdo entre el gobierno español y el PNUMA, y con él la propia desaparición del CIFCA.
Pero su labor, cuya duración no llegó a alcanzar ni una década, ya dejó sembrada la importante y fundamental semilla para que la formación en Ciencias Ambientales, antes o después, hubiera de ser pieza básica de cualquier iniciativa que tanto política como pedagógicamente se propusiera afrontar con rigor la problemática medioambiental en España.
Con todo, no es hasta trascurridos más de veinte años, en 1996, en que se crea el primer Ministerio de Medio Ambiente, con título único, como una escisión del conocido como Ministerio de Fomento, cuya primera titular fue la Diputada del Partido Popular doña Isabel Tocino.
Por parte de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha hubieron de pasar dos años más para la creación, 1998, de la Facultad de Ciencias Ambientales.
Un largo recorrido, pues, para alcanzar alguno de los importantes logros que el CIFCA se había propuesto como metas de su propia razón de ser. En más de una ocasión esta común inquietud por la formación medioambiental había sido, como tarea ilusionante, objeto de mis frecuentes conversaciones con el profesor don José López de Sebastián, uno de los pilares fundamentales del elenco profesional encargado de las enseñanzas impartidas en el Centro
Menciono aquí a don José, de fallecimiento lamentablemente prematuro, brillante Ingeniero Agrónomo, de familia con ascendencia toledana, con quien llegué a fraguar una muy cordial amistad. Y lo hago porque en razón de esa circunstancia logré implicarle, por supuesto con ninguna resistencia por su parte, todo lo contrario, en un proyecto de neto interés toledano y toledanista.
Corrían los años de la primera legislatura municipal de la democracia y se trataba de intentar resolver la peliaguda cuestión de finalizar en el último tramo de la Ronda Cornisa del entorno meridional de Toledo el acceso al centro histórico de la ciudad, en un punto tan neurálgico de la misma como es el barrio de la Judería.
El proyecto hecho público por la Delegación en Toledo de Obras Públicas entraba “a saco”, sin mayores contemplaciones, en la invasión de una parte muy importante de la superficie ajardinada del histórico Paseo del Tránsito. ¡Allí fue Troya! La respuesta de indignación vecinal no se hizo esperar y, ¡como no!, entre la peña protestona no podía faltar RETAMA.
El Ayuntamiento, a la sazón regido por don Juan Ignacio de Mesa, para salir del embrollo, no tuvo más remedio que convocar un Concurso de Ideas. Para concurrir al mismo formé un equipo multidisciplinar que elaboró tres posibles alternativas. En todas me encargué de redactar la Memoria. Y también en todas, la Evaluación del Impacto Ambiental, incluido su aspecto económico, fue realizada por el ingeniero López de Sebastián.
La narración del desarrollo y desenlace del Concurso, al que nos presentábamos dos grupos contendientes, de puro chusco y pintoresco, no viene al caso, y sólo quiero dejar reseña de que la solución final no fue otra que construir un túnel final para dar acceso al Convento de Gilitos, sede de las Cortes Regionales, y habilitar como salida –“tirar por la calle de en medio” y nunca mejor dicho– la Calle Descalzos, alternativa desde luego no contemplada en el Estudio de Impacto realizado por don José.
Un segundo encuentro profesional entre nosotros fue en este caso más rural que urbano. Le había sido encargado por un Departamento del Ministerio de Agricultura un estudio de investigación lo más amplio posible, en el contexto del desarrollo de las áreas de montaña, sobre las posibilidades de que nuevas actividades fuesen compatibles con los usos tradicionales del territorio, básicamente agricultura, ganadería y selvicultura. Y todo ello, sin dejar de tener presente la variable medioambiental. La zona elegida para el estudio había sido la Sierra de San Vicente, y en ella los municipios más representativos al efecto de las provincias de Toledo y Madrid.
López de Sebastián me encomendó el trabajo de campo para desarrollar todos los elementos de la metodología de la prospección y con ellos poder elaborar un capítulo final de conclusiones y propuestas. Fue un trabajo apasionante. Durante más de un mes, visitas, cuestionarios, reuniones…fueron actividades en las que tuve ocasión de profundizar en lo más hondo de las realidades de un medio rural que me resultaba relativamente desconocido. Por no enumerar a todos, menciono los municipios toledanos de El Real de San Vicente, Navamorcuende y Cervera de los Montes, y los madrileños de San Martín de Valdeiglesias, Pelayos de la Presa y Cadalso de los Vidrios.
Desde aquel tiempo en que la ordenación del territorio con criterios medioambientales empezaba a abrirse paso –“un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio” era una especie de receta doméstica– hasta éste de nuestros días en que, chistes incluidos, tenemos “lo sostenible” hasta en la sopa, han pasado muchas cosas, están pasando casi a diario muchas cosas. Tantas que por no traicionar ese positivo espíritu crítico que debe ser soporte mental –también casi moral– de cualquier propósito intelectualmente riguroso, debe asumirse esa dinámica de cambios.
Así, la carga idealista de los principios fundacionales de RETAMA –los dos promotores éramos por entonces todavía muy jóvenes– no habría podido sustraerse a ese también nuevo “medio ambiente” político y social que eran los nuevos tiempos democráticos de La Transición.
No obstante, ya más que consumida su efímera vida asociativa, habría de pasar mucho tiempo, desarrollarse toda la capacidad mutante de una sociedad sometida a toda clase cambios, hasta que se hiciese razonablemente necesario para cada cual incorporarse también a ese proceso que era tanto una evolución del pensamiento personal como una obligada nueva lectura de la realidad. No sé si lo uno antes que lo otro, o al revés.
Yo, al menos por mi parte, tendría que revisar el concepto, probablemente extremista y de dudoso rigor científico, de que los problemas medioambientales de nuestros días, incluido el cambio climático, tienen un origen exclusivamente antropocéntrico. Otro tanto, de que existe una relación directa entre esos problemas y los sistemas políticos y económicos de cada país en la responsabilidad global de la contaminación. Al fin y al cabo, esa revisión en permanente alerta crítica, frente a toda propuesta excesivamente doctrinal, no es otra cosa que una resistencia –perdón, quiero decir resiliencia– a cualquier imposición dogmática.
En el camino ha sido, sigue siendo, necesario evitar ciertas trampas, no solo conceptuales, sino incluso de lenguaje. Así por ejemplo, equiparar “defensa del medio ambiente” con “ambientalismo” nos conduce al debate filosófico que le enfrenta a la teoría del “innatismo”, muy interesante como polémica antropológica pero totalmente ajena –o casi– a lo que nos ocupa.
Otro tanto nos sucede con la comparación, o lo que es peor, homologación, entre Ecología y “ecologismo”, o su paralela, entre Ecólogo y “ecologista”. En este caso se trata de una espuria intromisión en la Ciencia que ha tenido mucho de componente política y que con el tiempo, tal y como se pretendía, al margen de cualquier inquietud verdaderamente científica, no ha dejado de tener fructíferos réditos electorales.
Quizá es que no había que desentonar en la larga lista exigida por la corrección política dominante, en la que la terminación “ista” (progresista, pacifista, ecologista, feminista, animalista, wokista…), era señal eufónica de un lenguaje de obligado cumplimiento, impuesto como sustitución por el olvido o abandono de los reclamos de los viejos tiempos.
Por lo que se refiere a RETAMA, quizá sin ser del todo conscientes en aquel momento, tuvimos la previsora idea de que en su espíritu y denominación fundacional, en el que estaba muy claro su toledanismo , no lo estaba en absoluto el pretencioso propósito de agrupar en su entorno a ningún grupo humano de identidad exclusivamente ecologista, y se limitaba tan solo a la modesta y cordial pretensión de unir a “amigos del Medio Ambiente”.
Con mayúsculas, eso sí