En ajedrez, un sacrificio es un movimiento que entrega una pieza a cambio de obtener una ganancia táctica o una compensación posicional de otra forma.
Según las Sagradas Escrituras, el sacrificio es dar al Señor todo lo que Él requiera de nosotros, nuestro tiempo, nuestros bienes terrenales o nuestras energías para llevar a cabo Su obra.
En política, los sacrificios suelen parecerse más a los rituales precolombinos en las pirámides aztecas en los que los sacrificios humanos parecían llevarse a cabo para que los dioses volvieran a dotar a su población de los dones naturales.
En esta España nuestra en la que cualquiera que tenga un móvil y un perfil en una red social puede matar a José Luis Perales o insultar hasta el infinito al que le venga en gana, lo de los sacrificios está más a la orden del día que nunca.
De hecho, los y las buitres siguen sobrevolando la sede de Génova en busca de una presa gallega que espera a la desesperada hacerse con una mayoría casi imposible.
Mientras, en la otra ribera del río, la paz y el sosiego parecen gobernar a quien aún tiene la llave de La Moncloa, muy seguro él de su futuro y del que espera a nuestro país pese a que las cuentas le salen muy justas.
En fin, que mientras unos piden árnica donde sea necesario y se abren las carnes a la desesperada, otros ya saben cuál es el camino y están convencidos que la suerte está echada. Para mí que el tiempo es el único juez que da y quita razones.