Justo 30 días han pasado desde que los ciudadanos hablaran a través de las urnas y dictaminaran qué nuevos gobiernos se habían de constituir en ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas. Sólo hace un mes.
Desde entonces y pese a que en muchos lugares las listas más votadas han sido del PSOE o del PP pero sin mayorías absolutas quien ha tomado todo el protagonismo ha sido el postre de esa ecuación: VOX.
Este país llamado España, que es capaz de bandearse a un lado u otro cuando tiene que votar, ha hecho que la radicalidad vuelva a ser determinante para gobernar desde los municipios más pequeños a las autonomías más consideradas.
Lo más interesante de esta nueva ecuación es la forma en que el electorado ha querido castigar a Pedro Sánchez y sus hermandades. Las filialidades con PODEMOS, independentistas catalanes o separatistas vascos y su beligerancia a la hora de legislar o siquiera manifestarse públicamente han hecho aflorar el voto más radical de ultraderecha.
Es decir, hemos pasado de que exista la suma de postulados de izquierda radical junto al PSOE de Sánchez a un proselitismo de los de VOX para que el PP claudique en los gobiernos donde podían sumar con los de Abascal.
Y todo esto, ¿a dónde nos lleva? Pues a una nueva radicalización pero al otro lado del tablero. Mientras PSOE y PP no se sienten a pensar lo que pasa en este país cada 4 años, seguiremos con los vaivenes sin avanzar absolutamente nada.
Lo peor de todo es que los jóvenes ya votan por impulsos, sin ideales, sin pensamientos razonados, sin conocimiento profundo de los programas reales de esos candidatos a los que apoyan. Y en ellos está el futuro, de izquierdas o de derechas, pero será –desgraciadamente– un futuro radical.