“Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar a las piedras”. Esta frase que no figura en el Quijote y más bien se debe atribuir al Cantar del Mío Cid está de máxima actualidad porque los últimos acontecimientos electorales han sacado de sus cuevas a una legión de resentidos que no ven más allá de sus propios baberos.
En su momento se anunció que el peaje que pediría VOX a cambio de sus votos en las investiduras del PP sería una mochila de pesada carga para algunos alcaldes o presidentes autonómicos y los efectos no han tardado en hacerse patentes.
En estos tiempos revueltos, opinar parece haberse convertido en un delito que pueden denunciar los que niegan el maltrato a las mujeres, los derechos de gays y lesbianas, la diversidad de nuestro mundo o la existencia del cambio climático.
Como cualquier fascista de libro, la hornada de ofendidos por que al partido de Abascal se le denomine de ultraderecha han salido en tromba para intentar amedrentar a quienes defendemos la libertad de prensa y de opinión. Pierden el tiempo. Porque tanto creemos en la libertad que no dudamos tampoco en llamar ultraizquierda a los podemitas o herederos de los postulados etarras a muchos de los que hoy componen Bildu. Si ésa era su duda, ya pueden respirar.
El gran problema de todo esto no radica en hablar de ultraderechas o ultraizquierdas. Son solo palabras. Lo peor está por venir y lo veremos sin tardar. Las manos que han de mecer las cunas de muchos gobiernos impondrán sus postulados, como ya ha ocurrido en algunos territorios, y nos acordaremos del 28M.
Será entonces cuando saldrán a la luz otras manos que han permanecido ocultas en la sombra en los últimos años. Esas manos que provocarán que derramemos lágrimas en la lluvia como dijo Roy Batty hace 41 años en Blade Runner, pero ésa será otra historia.