No sé si ustedes coincidirán conmigo en que esta campaña electoral está resultado extraña, rara, inusual, distinta… Los roles, otrora normales, de los candidatos locales y autonómicos se han tintado de colores nacionales que poco, y casi siempre nada, tienen que ver con las necesidades y vivencias que tocamos cada día con las manos.
Siempre se ha dicho que en las elecciones municipales se vota a la persona, al que se conoce, al que se tiene cerca. Y así debería ser si no se nos cruzara en el camino el interés de los próceres nacionales empeñados en tomar estos próximos comicios como sus propios termómetros para futuras citas en las urnas.
Así las cosas, es cierto que la evolución del electorado ha sido bestial y las inercias se miden mucho más a la hora de depositar las papeletas. Los votantes se dan cuenta de quién tiene algo concreto que decirles y quiénes brindan con el sol a ver si hay respuesta. Quiénes pegan voces vacías y cuáles son los que se acercan a escuchar los problemas con posibilidad de solución…
Siempre estarán, cómo no, los fanáticos irremediables que se pintan la cara por la mañana y abusan del algodón por las noches para desenmascararse, pero cada vez tienen menos crédito.
Aquí, en esta tierra –cuando la campaña busca su ecuador– Page parece seguir firme, Núñez se empieza a desinflar, Moreno no sabe cómo tapar la sangría interna y Feijóo, Sánchez y demás líderes nacionales observan desde su balcón las encuestas para mover sus peones.
Quedan apenas 10 días para el 28 de mayo y todo está por decidir. Lo único claro es que –para que usted, querido lector, elija lo que quiere– debe ir a votar y no esperar que la marea lo haga por todos nosotros. Esa será la única forma de asegurarse que sus ideas están representadas en el futuro que busca. Lo demás son, eso, brindis al sol y barbacoas de domingo en la parcela.