Entre chanzas y risas nuestro marino comenta:
—Cuesta entender eso de que, de repente, se den cuenta que los trenes de cercanías para Cantabria y Asturias tienen un problema con los túneles.
Lo primero que viene al recuerdo son aquellos divertidos comics del prolífico y añorado F. Ibáñez, allá por los años 60-70 del siglo pasado, aquella tira de "Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio" parecería que, después de tantos años, sigue vigente y nos etiqueta como chapuceros y carpetovetónicos.
A la cualificación de los altos cuerpos de la Administración, se antepone el enchufismo y el amiguismo que, a lo largo de los años, han invadido los despachos de gestores públicos del Estado y con un deterioro que se ha agravado con la pandemia y que empezamos a percibir de forma alarmante.
En estos momentos, es un calvario realizar determinadas gestiones con diversos organismos. Las oficinas siguen cerradas al público, sólo atienden por cita previa que resulta, la mayor parte de las veces, imposible en unos portales webs obsoletos e incapaces de dar respuesta rápida a los usuarios.
Los retrasos, son ya habituales. Una Administración en el siglo XXI, pero que funciona peor que en el siglo XX y eso que, según Pedro Sánchez, tenemos el gobierno más progresista, moderno y de la "gente".
Siguiendo con lo esperpéntico de las medidas de los túneles cántabros, la ministra de Transportes —existe, aunque no la conozcamos— Raquel Sánchez no nos ha contado que, ante ese bochornoso espectáculo, para cerrar la brecha, han cesado a dos mandos intermedios. Lo que oculta es que uno de ellos cumplía 67 años y por lo tanto se jubilaba y otro ha sido trasladado a un puesto con mayores ingresos.
Mientras que, el bocazas del presidente cántabro Miguel Ángel Revilla hace alharacas pidiendo mayores responsabilidades, claro que, si el tiempo lo dedicara, en lugar de estar en los platós de televisión, a hacer seguimiento de los temas que afectan a sus vecinos, a lo mejor, la voz de alarma se podría haber dado mucho antes.
Mientras las manifestaciones "oficiales" son que esto no ha tenido ningún coste para las arcas públicas. Como siempre, la propaganda ahoga los hechos.
En el supuesto que sea así, habría que contabilizar el costo de todos los trabajos realizados por técnicos, reuniones, viajes o seguimiento de las obras, porque todo esto también es costo. A lo que habrá que añadir el sobrecoste a los 250 millones iniciales, por la carestía de materiales, los de la nueva licitación y un retraso estimado en otros dos años.
Añadamos otro costo intangible. Durante dos años Renfe ocultó a Banco Europeo de Inversión (BEI), el mayor financiador del proyecto, el problema. A lo de chapuceros, añadamos la falta de transferencia.
Claro que todo esto resulta prolijo y tedioso.
Interviene la joven profesora:
—Como siempre, no nos podemos quedar en la "espuma" de los temas. Habría que añadir que no ha sido de un problema de "cinta métrica", de hecho, parece que los trenes caben en los túneles, pero el
problema es que incumplirían las nuevas normas de seguridad, por lo que ya se conoce como el "error de los gálibos".
Es evidente que este error supondrá un rediseño, con un retraso en la fabricación y sus consecuencias añadidas. Mientras mantengamos a los políticos como una "casta intocable" y en la función pública no se haga un "Estatuto del dirigente público" con las mismas responsabilidades de cualquier directivo en lo privado, todos estos errores los seguiremos pagando de nuestros impuestos y sin consecuencias para la verdadera "casta".
Sin embargo, los errores de ingeniería no son exclusivos de nuestros técnicos, podríamos hacer memoria de alguno de ellos para no dramatizar y caer en la melancolía patriótica.
Tenemos ejemplos en todo el mundo, algunos inexplicables y garrafales, que han dado lugar a artículos, documentales y libros, pero hablando de trenes, recordemos uno tan cercano como Francia. En 2014 saltó la noticia que el gobierno francés había encargado unos 2.000 vagones para renovar su flota ferroviaria, lo que suponía una inversión de 15.000 millones.
También en este caso, olvidaron la cinta métrica, y se encontraron que esos nuevos trenes tenían problemas en algunas estaciones regionales del país. En aquella época se estimaba que la adaptación costaría unos 50 millones de euros.
No es un consuelo, pero evitamos la pesadumbre.
Interviene el marino:
—Si empezamos a hacer revisiones, podemos recordar el S-80, la mayor pesadilla de la armada española, al diseñar y construir un submarino de última generación que no flotaba, Todo ello disparó el costo a casi el doble, es decir, 4.000 millones.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, reconocía en una entrevista que "es verdad que ha habido deficiencias en el proyecto, ya corregidas, pero hay que decir que no son proyectos de hoy para mañana". Sin embargo, el problema no acabó ahí, después de alargar su tamaño, vieron que no cabía en el muelle de la base de Cartagena.
Suenan risas, habrá que desdramatizar y proponen un paseo por el puerto para medir la eslora de los barcos.