Vivimos en tiempos de discursos, que por absurdos y ridículos no dejan de ser gravemente peligrosos y nocivos para la esencia del ser humano. No sé con certeza si el origen de estos es la pedante insustancialidad intelectual de quien los proclama o una estrategia dirigida a la destrucción de los cimientos de nuestra sociedad, o incluso, lo que sería más peligroso, una mezcla de ambos. Pero lo cierto es que el ansia de poder de uno ha permitido materializar lo que hasta ahora sólo eran las parafilias ideológicas de los amantes del totalitarismo.
Se les llena la boca, entre otras cosas, del término inclusión, cuando realmente piensan en su antónimo. Mientras cambian vocales y pretenden de la anécdota biológica hacer categoría, destruyen la realidad, vacían de contenido a uno de los sexos naturales, ese que desde la concepción misma se diferencia del otro, en singular, por su DNI genético, y con ello borran a la mujer de la realidad para pasarla al campo de la astracanada, de la parodia, a la feminidad de los actores del kabuki o de los rancios mascarones carnavalescos de antaño.
Se les llena la boca, entre otras cosas, del término inclusión, mientras excluyen, acosan y destruyen todo aquello que se encuentre fuera del reducido campo de visión que les permiten sus orejeras sectarias y dogmáticas. Ideología, religión, moral, costumbres, todo lo que ni comprenden ni aprecian, no sólo no les merece respeto, sino que lo convierten en diana tanto de ellos, que detentan el poder, como de sus hordas de esbirros manipulados o comprados, que desde los medios de comunicación y redes sociales se han convertido en “muyahidines”, combatientes sin piedad contra cualquier reducto de libertad, pluralidad y tolerancia.
Jamás se falseo tanto la realidad, jamás se disfrazaron tanto los lobos de inocentes caperucitas, jamás se camufló tanto la dictadura bajo el disfraz de un inexistente ánimo democrático. Termina el año con inquietud y preocupación. Es hora de actuar, de reconquistar derechos y libertades, de hacer regresar al estercolero de las ideas a los que nos persiguen. Hacerlos regresar allí con la fuerza de los votos. Es hora de despertar, pues como ya nos advirtió el genial Francisco de Goya, el sueño de la razón produce monstruos, monstruas y monstrues.