Vado permanente
En la semana del deshielo
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
Mi carpe diem no discurre hoy por el aumento del nivel global de CO2 en la atmósfera sino por un deshielo de menos alcance.
Un quita y pon o algo que se le parece:
Con los teléfonos del interior intervenidos (nadie se fía de nadie) y los del exterior echando humo, hoy se inicia un Cónclave en “la Ciudad Eterna”. La chimenea de la Sixtina está preparada para el humo de colores. El Juicio Final espía desde los ojos del techo.
A Julio II, el Papa 216 de la Iglesia que encargó a Miguel Ángel Buonarroti pintar ese milagro, hoy se le recuerda más que al propio San Pedro.
De no ser yo el elegido, cosa poco probable, el próximo sábado pronunciaré en mi pueblo el pregón de la Semana Santa -hace dos años, me tocó hacerlo en la catedral de la ciudad de Segovia-. No es mucho ese currículo para que los 115 cardenales me elijan Papa, pero menos méritos tenía Alonso de Aragón, un niño de seis años que, a petición de su abuelo y de su padre, fue nombrado por el Papa Sixto IV arzobispo de Zaragoza. En mi caso, ni tengo abuelo ni padre y cuando los tuve ni ellos eran reyes ni yo un bastardo al que alejar de la sucesión al Reino.
Tal vez mañana tengamos fumata blanca, y eso pone. Recuerdo las fumatas negras y blancas de los últimos cinco Papas. Uno de ellos, sin tiempo para enterarse de casi nada: fue hace 25 años cuando apareció muerto en su cama; llevaba sólo 33 días de pontificado: hubo autopsia y por ella se supo que murió por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador que en la tarde anterior le habría recetado por teléfono su médico personal de Venecia. Juan pablo I no pudo estrenar el papamóvil.
En la semana del deshielo y la nostalgia, me pregunto si a los cristianos se nos ha inoculado el gusanillo de elegir un Papa nuevo con el anterior escuchando desde el otro lado de la puerta.