No sabría decirles si conocen el sonido de una condena, de una condena a muerte. Suena, más o menos, así:
No me dejes perder la maravilla
de tus ojos de estatua, ni el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo miedo de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla
para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
Son los versos de Lorca, 86 años y un día después.
El tiempo que su cobarde fusilamiento nos arrebató la posibilidad de seguir obteniendo belleza artística de sus manos.
Esas palabras no evocan sino el deseo de recordar y volver a vivir las experiencias que nos hacen sentir plenos y felices. Tan felices como él lo fue y así lo dicen quienes lo conocieron.
Mientras, 86 años después de su muerte, nuevos cobardes se siguen sirviendo de sus privilegios como presuntos líderes sociales para defender aberraciones.
Además ha sido aquí, ha ocurrido en Albacete, donde el párroco Óscar Robledo ha dicho que la libertad del amor entre personas del mismo sexo y su forma de vivir “ni se puede considerar normal ni tenemos que aceptarla”.
Desde luego, digno heredero de aquellos indeseables que fusilaron a Lorca por maricón.
Que paren el mundo que yo me bajo.