El 28 de junio se celebra el conocido como Día del Orgullo. A estas alturas de la vida ya deberíamos conocer la historia de por qué se celebra y qué es el Stonewall Inn. Por eso no me voy a entretener en esos preliminares e iré directo al grano.
Acabamos mayo en Talavera con la enésima muestra de intolerancia hacia el colectivo LGTBiQ+ (sí, todas las siglas importan) con el destrozo de algunos carteles de la campaña de visibilidad de un grupo de personas valientes que se atrevieron a dar el paso y hacer bien pública su identidad.
¡Qué triste!, ¿no? Que haya personas tan retrógradas y violentas que no soporten siquiera eso, y que personas que sólo buscan ser felices tengan que “atreverse” a decir públicamente cuál es su identidad sexual. Porque de esto se trata vivir, creo yo: intentar ser lo más feliz posible.
No soy capaz de entender cómo puede molestar tanto que la gente pretenda ser feliz, sinceramente. Me hago una ligera idea y tengo la sospecha de por dónde van los tiros, pero tampoco les quiero dedicar mis letras a eso. Quiero hablar de la felicidad.
Nuestro paso por el tiempo es efímero. Nos creemos el centro de la existencia, pero somos unos pequeños gramos de materia consciente e insignificante que apenas dura unas decenas de años en la inmensidad temporal de la Historia. Por eso deberíamos ser capaces de cohabitar con nuestras semejantes de la manera más pacífica y tolerante posible. En lugar de eso, nos dedicamos a hacernos la vida imposible las unas a las otras no respetando los más básicos derechos humanos. Y que lo hagan los que nos quieren imponer un sistema que mata, que pone fronteras y alambradas llenas de cuchillas donde la gente muere por escapar de guerras, pues es lo esperable porque la avaricia no tiene fin. Pero que lo hagamos entre nosotras, con nuestras vecinas, por el simple hecho de querer ser feliz no tiene sentido alguno.
Tenemos un problema muy grande si en la defensa de los derechos LGTBiQ+ sólo vemos sexo. Así de claro, porque parece que ése es el quid de la cuestión. ¿En serio? ¿Las personas heterosexuales sólo son felices porque practican el sexo con personas de otro género? ¿De verdad?
Yo soy feliz cuando juego al baloncesto con mis amigos, hombres. Soy feliz cuando voy al gimnasio con mis compañeros, hombres. Soy feliz cuando voy a algún concierto con mis amigas, mujeres. Soy feliz cuando paseo de la mano con mi pareja o cuando salgo a andar con otras parejas. Podría seguir dando ejemplos de momentos de felicidad que paso, o pasamos, la gran mayoría de las personas en nuestro día a día y que ocupan la inmensa mayoría de nuestro tiempo. Sin embargo, lo que molesta es con quién intentamos ser felices en una pequeña, pero importante, parcela de nuestras vidas: la sexual. Tenemos un problema.
Tenemos un gran problema. Y lo tenemos los que demos más importancia a esa fracción de la vida que las personas que sólo quieren ser felices y no ser juzgadas por ello. Pensémoslo.
Si te importa más con quiénes se acuestan las personas que cómo defienden su derecho a una vida plenamente feliz, el problema lo tienes tú, no ellas. Ellas sólo quieren mostrar su orgullo por alcanzar la felicidad.
JUAN PEDRO AYUSO CAZORLA
PRESIDENTE DE XTALAVERA
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