Continúa la caló sin darnos un leve respiro. Pero bueno, hoy tocó mercadillo en Castuera cuando la temperatura era aún razonable para darse un voltio y regresar pronto a casa, que aún no se ha calentado del todo y la estancia en ella es aún posible.
Para “matar” un poco el mucho tiempo del que dispongo sigo dándole al verso, en estos días en los que el verano preestablecido —porque el auténtico ya es— está por llegar. Y me he acordado de una manta de trapo que siempre llevo conmigo. Una manta que creo ya no se fabrican, pero que un tipo de tejido muy resistente que permitía usarla en múltiples ocasiones.
Este tipo de mantas se trataba, sin lugar a dudas, de un referente en esa zona de la provincia de Toledo y en todo un ejemplo de cómo reutilizar los recursos que se tenían. Así lo reflejaba Carlos Losada en www.65ymas en julio de 2019.
Las mantas pingueras estaban hechas de restos de telas usadas que posteriormente se tejían logrando un resultado que destacaba sobre todo por su durabilidad.
No en vano, las pingas se utilizaban para cualquier ocasión. Servían para llevarlas al campo y sentarse encima; para cubrir un sofá o un sillón, ya que se caracterizan por no dar calor a quien se sienta (lo que las hace perfectas para el verano), o simplemente como zona de juegos de los más pequeños de la casa. Y como no podía ser de otro modo, la venta de estas mantas (también llamadas campillanas) se convirtió en un negocio para los artesanos que las tejían. De hecho, era raro que no hubiera una o varias en cualquier hogar.
En muchas regiones de España, el término manta pinga o manta pinguera probablemente sea desconocido. Y más en la actualidad cuando prácticamente se ha dejado de utilizar. Sin embargo, si has vivido o nacido por la zona del Campillo de la Jara toledana o incluso en Ávila, seguramente lleguen a ti numerosos recuerdos.
DISFRAZ DE CARNAVAL EN ÁVILA
Este mismo tejido también se utiliza como atuendo de los cucurrumachos de Navalosa (Ávila), unos personajes malvados que forman parte de los festejos de Carnaval. Según apuntan en Mascarávila, “los cucurrumachos visten un mono de manta pinguera, tejido tradicional confeccionado en los telares de Navalosa.
Cubren su rostro con la carilla, una tosca máscara de madera que se recubre de crines de caballo, a la que se añaden como complemento huesos, cuernos y pieles de animales. De su cuerpo prenden decenas de cencerros y zumbas, amarrados a cinturones y tiras de cuero, collares de vaca, etc.
Suelen ir armados con horcas o portando estandartes con cráneos y huesos animales. Del hombro cuelga una alforja o un saco, lleno de paja, que arrojan a cuantos se encuentran a su paso”.
Es verano y, por tanto, tiempo de lectura. Nuestro vate particular le ha dedicado una décima espinela y un soneto para que se distraigan un rato. ¿De acuerdo?
¿Quieres mi pinga?
Mas llegándose al final
quiero ponerles un reto,
que con versos de soneto
tenga epílogo especial.
¿Pero es ficticia o real?
Se trata de completar
este juego peculiar,
que sale de mi magín:
El Ciego del Berrenchín
les propone adivinar.
Tengo una pinga tan fresca, ¡emoción!
que cuando la pongo sobre la cama
de la habitación, hay más de una dama
que suspira por ella admiración.
Y siempre desearía en la siesta
pegarse —te digo— un buen revolcón;
y si es verano, hasta sin el colchón
cualquier señorita con ella se acuesta.
Desde siempre yo la llevo conmigo,
ya si estoy en Helechal o en Talavera,
porque mucho la adoro; y ella me quiere.
Llegó tu hora de adivinar amigo:
¿si usted a la mi pinga conociere,
la querría? ¡Tome manta pinguera!