Nunca entendí, y ahora menos que nunca, las devociones exacerbadas. Ni siquiera las cometidas como pecado de juventud al convertirse alguien en un “fans”, un fanático de algún cantante o actor de monda. El fanatismo por definición conlleva una visión parcial de la realidad, la distorsiona, modifica voluntades y genera animadversión cuando no violencia, frente a todos aquellos ajenos a nuestro colectivo, más aún si se atreven a juzgar al objeto de ese fanatismo.
Pero por desgracia, ese estado no se acaba al abandonar la edad del acné y las bombas hormonales. En nuestra sociedad, existen claros ejemplos en un sentido y en el contrario muestra de esa alienación fanática, de esas posturas acríticas y dogmáticas, que peligrosamente se introducen en la espera pública distorsionando lo que debería ser una sociedad civilizada y post moderna.
No haré una prolija relación de ejemplos de este grave problema, sólo expondré una pequeña muestra en la que o, como decía cínicamente el orbe podemita, se cabalga con sus contradicciones o se vive instalado con unas orejeras de equino que sólo permiten ver lo que nuestro dogma permite.
Veo por ejemplo como se ha legislado en contra de la presencia de animales en los circos mientras por otro lado se permite, promociona y subvenciona las corridas de toros en las que el animal es herido o muerto. Veo como los taurinos son incapaces de una mirada crítica ante una celebración sangrienta probablemente ya atemporánea. La prohibición no es la respuesta, pero en pleno SXXI no estaría de más reconfigurar el trato al animal.
Veo por otro lado a los llamados animalistas que pretenden humanizar a los animales, de forma antinatural y anti ecológica, haciéndoles victimas de su papanatismo de occidental satisfecho, pero por otro lado ni pestañean ni dudan de la legitimidad o no de la muerte de un ser humano en fase de embrión.
También veo como las izquierdas de todo pelaje, se declaran fieles defensores de la segunda república española, causando grave daño al republicanismo democrático, sin plantearse que aquel régimen no fue ejemplo de libertad, convivencia o respeto a los derechos humanos. La dictadura franquista no hace buenos los desmanes antes cometidos al igual que el criminal Putin no hace bueno a Stalin.
Y veo ahora, que es lo que me ha movido a esta humilde reflexión, como desde la derecha se sale a una defensa visceral del anterior jefe del estado, que no emérito, cuando es público y notorio que desde el minuto 0 de su reinado lo ha utilizado para su enriquecimiento personal, al igual que ha dispuesto de lo público para dar rienda suelta a su real bragueta. Todo esto era conocido y ocultado durante años por políticos y medios de comunicación y no sirve la excusa de su no condena penal. Cualquier ciudadano español, salvo su hijo, de haber cometido los hechos probados que él cometió estaría en la cárcel. No lo está en virtud de su antidemocrático pero legal privilegio, la inviolabilidad. Y dejemos pasar el tiempo para ver si su labor pro la democracia no es también otro bluf como el resto de su vida. Quedan episodios oscuros, como su verdadera función en el 23 F, que la historia seguramente resolverá.
Como conclusión; creo que la postura de abogado del diablo, situarse sobre la duda y cierto relativismo ayuda a entender mejor el mundo que nos rodea y a crecer en lo personal, así como a convivir más pacíficamente.
Rafael de la Cruz