Dejamos atrás la pascua cristiana. Esa semana en la que fieles y no tan fieles se postran en las calles ante ídolos de madera para exponer su devoción públicamente. Y regresa la rutina diaria de ofensas, propias y ajenas, contrapuestas a las proclamas exhibidas 7 días antes.
Los seres humanos somos así, la contradicción hecha carne. Necesitamos creer en un ser supremo que nos perdone nuestros comportamientos inadecuados cuando acabemos nuestro paso por la vida, pero pocas nos preocupamos en intentar convertir ese periplo vital en algo beneficioso para el conjunto del sistema.
Al final, la coherencia es muy difícil y todas cometeremos errores, pero sin necesitar más perdón que el propio al reconocerlo. Eso será signo de madurez y crecimiento personal.
El problema reside, a mi modo de entender la vida, cuando se predica una cosa y se ejerce otra bien distinta. Por ejemplo: aprovecharse de una crisis global para beneficio propio desde una posición de privilegio de nacimiento; u ofenderse por una campaña publicitaria o por un gag de humor mientras permanezco impasible ante casos de pederastia en el seno de la organización a la que pertenezco y de la que participo unos pocos días cada año.
Ese servilismo ante el poder eclesiástico y ante la nobleza franquista no debería ser propia de una civilización moderna en pleno siglo XXI. La armonía de una sociedad avanzada tendría que conseguirse por el respeto entre iguales y no mediante la fragmentación constante auspiciada por unas élites (heredadas por el régimen anterior, en el caso de nuestro país, y católicas, valga la redundancia) que nos quieren enfrentadas e irreconciliables.
Por supuesto que cada persona es libre de creer y practicar lo que desee, estas líneas no son una crítica a eso, faltaría más, en muchas ocasiones es hasta necesario agarrarse a algo para continuar el viaje, pero lo que no podemos admitir es que unas pocas personas se aprovechen e infundan miedo para mantener un rebaño que no discierna por sí mismo.
Hemos de tomar conciencia colectiva, desde el respeto mutuo, de que nos manejan a su antojo para sus intereses personales. Hasta que no nos organicemos frente a esa minoría a la que no le afectan crisis de ningún tipo, seguiremos sufriendo y soportando en nuestras carnes estas crisis presentes, las pasadas que todavía no se fueron, y las futuras que están por llegar.