Desde la otra orilla
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
A los maestros y maestras en estos tiempos de reforma educativa, recordando que educar es dejar una huella en las vidas para siempre; que educar es enseñar a pensar, y no lo que se ha de pensar.
El sentimiento es, con frecuencia, fuente de saberes pedagógicos. Y aquí, la metodología es lo poético, la palabra en el tiempo, que no otra cosa es la poesía. Desde ella el poeta se sumerge en la intangible esencia del acto educativo, y en el de sus instituciones y sus protagonistas, los profesores. A veces, el poeta, sin ser específicamente pedagogo, se adentra en lo didáctico mediante sus reflexiones poéticas, y lo vemos alumbrando ideas, definiendo, con sutilidad, conceptos de la enseñanza, sugiriendo prácticas formativas, subrayando momentos y oficios del maestro, o las metas que deben perfilar su diario quehacer pedagógico. Y todo ello con base en un pensamiento estético.
La constante lectura, costumbre ya añeja para mí, de un entrañable manual, junto a la reforma educativa que nos viene, ha inspirado la creación de esta columna. El libro se titula “Recitaciones escolares”, cuyo autor es don Ezequiel Solana, publicado por la editorial Magisterio Español en el año 1928. Se vendía, por entonces, al precio de 1,50 pesetas. Pero vale más, mucho más. Para quien esto escribe no tiene precio. Fue libro de texto de mi padre durante el curso escolar 1928-29. Constituye una antología de poemas, seleccionados por el autor, sobre diversos temas: La familia, la patria, Dios, la humanidad, o la naturaleza. Pero también sobre la ESCUELA. De la reforma, y como le pasaba a Cervantes con el lugar de nacimiento de don Quijote, prefiero no acordarme.
Sobre la venerable institución escolar selecciona Ezequiel Solana versos de diferentes autores. Es como un diluvio de metáforas, de sensibilidades, tal vez untadas de nostalgia, y que, a menudo, provocan la nuestra. Es un homenaje, sin disimulo, al maestro de escuela, a quienes nos enseñan “la lengua de los libros”, según reza en los tiernos versos Antonio de Trueba explicando, a un niño, lo que eran objetos situados en una balda: “Esos se llaman libros,/ y son los labios/ con que lo enseñan todo/ santos y sabios./ Pero hablan una lengua/ que sólo entienden/ los que antes de escucharlos/ tal lengua aprenden”.
Invito a los maestros a que lean el referido libro y, en general, pedagogía poética. Hacerlo, aún de vez en cuando, es medida redentora de ansiedades, de ese virus inmisericorde que inocula, cuando así le place, nuestras vidas. Profundicemos, pues, en la pedagogía poética, en los poemas o textos que son bellos tratados de pedagogía. Aprendamos de ellos. Hallaremos respuesta a muchos de nuestros interrogantes. Gabriel Celaya, por ejemplo, nos regala una inspirada y hermosa, y no por eso menos cierta y rigurosa, definición de lo que es EDUCAR. Versa así este poeta:
Educar es lo mismo/que ponerle un motor a una barca…/hay que medir, pensar, equilibrar…/…Y poner todo en marcha./Pero para eso,/uno tiene que llevar en el alma/un poco de marino…/un poco de pirata…/un poco de poeta…/y un kilo y medio de paciencia concentrada./Pero es consolador soñar/mientras uno trabaja,/que ese barco, ese niño/irá muy lejos por el agua./Soñar que ese navío/llevará nuestra carga de palabras/hacia puertos distantes, hacia islas lejanas./Soñar que cuando un día/esté durmiendo nuestra propia barca,/en barcos nuevos/seguirá nuestra bandera enarbolada.
El último verso es la mejor soldada del buen maestro, que “con la luz de su valor no escaso,/de la ignorancia, alzándose triunfante,/conduce al mundo con seguro paso/siempre hacia el porvenir, siempre adelante” (Valenzuela). No olvidemos que lo esencial, lo intemporal del maestro es sembrar, esparcir semilla de valores en la emergente personalidad de su alumnado. Es una siembra sublime y en una tierra insuperable, la infancia, abonada de futuro y esperanza.