Algunas mujeres llevamos tiempo cuestionándonos si nuestra lucha tiene la magnitud que podría tener.
En los últimos años observamos que el movimiento feminista ha tomado una fuerza y un lugar que hace que cada vez más mujeres se unan a este sentir y que vayamos teniendo menos miedo a nombrarnos como feministas.
¿Cuáles son algunos de los obstáculos que hacen que nuestras energías estén puestas en otro lugar? ¿A quién le interesa que esto sea así? ¿Por qué tienen miedo?
Los obstáculos son casi innumerables, desde los tangibles hasta los simbólicos, pero vamos a pensar en dos de ellos: el amor y el cuerpo, sobre los que muchas mujeres han escrito y tomamos sus palabras para gestar nuestra reflexión.
El amor romántico y la opresión sobre cómo deben ser nuestros cuerpos nos subyuga desde una violencia estructural que hace que el sistema nos oprima permanentemente. El heteropatriacado (y el sistema capitalista que es heteropatriarcal) se beneficia de estas y otras opresiones porque, mientras que estamos sufriendo por no ser capaces de alcanzar el mito del amor romántico y del cuerpo normativamente deseado, no estamos luchando por ser más libres, por alzar la voz, por defender que los cuidados nos son exclusivamente de las mujeres sino que debería ser nuestra base para tejer unas relaciones sanas ya sean con amigas, parejas, familia o cualquiera de las personas con las que nos relacionamos.
Que estemos hostigadas continuamente con el discurso hegemónico de cómo tenemos que ser, sentir, actuar, vivir, amar, relacionarnos sexualmente, pensar y pesar no es casualidad. No es una suerte de superstición mágica que nos creemos por el hecho de ser mujeres. Es una construcción social que, de una forma más o menos visible, nos amenaza continuamente. Porque mientras estemos bajo esa amenaza de ser la mujer deseada, la pareja perfecta o la que, como no podría ser de otra manera, tiene que ser comprensiva y dócil, nuestra energía se va debilitando.
Este relato no lo hemos construido nosotras, el imaginario colectivo y cultural nos ha habilitado históricamente lugares de los que es difícil salir si toda nuestra energía no está concentrada y conectada con construir nuestro propio relato.
Ahora es buen momento para pelear por sacudirnos esas imposiciones y opresiones. Cada vez más mujeres somos conscientes de que esos límites que nos ponen no queremos asumirlos y queremos luchar por la igualdad, sí, pero también por la transformación social. Y en esa transformación social ya sería hora, también, de que los hombres empezaran a reconocer sus privilegios, se deconstruyeran y los usasen para el bien colectivo.
Natalia Hipólito
Área de feminismo - XTalavera