España, la incomparable España que amo y adoro y que tan burdamente estamos matando entre todos, agoniza apresuradamente. El día a día de un sinsentido al que la está llevando una buena parte de los políticos actuales, la casi totalidad de los medios de comunicación más influyentes y, sobre todo, los tertulianos que pululan por la televisiones y las radios con la banderola de la ideología en lugar de con la razón de la objetividad y la coherencia del humanismo, es la pócima de veneno que acabará por enviarla a la morgue. Y a todo esto ¿no hay nadie capaz de ponerlo remedio?
Difícil, pero no imposible. España, históricamente, ha sufrido como ningún otro estado la mayor de las crueldades de la edad moderna, con una guerra civil -que todos estamos obligados a conocer con el objetivo de que no vuelva a repetirse- trágica en la que puede que todos fuéramos víctimas y verdugos. Y mucho me temo, ¡ojalá que no!, que por los senderos que estamos caminando…
No me atrevo, por temor a ejercer de augur -maldito- y dejo en puntos suspensivos el futuro ante un presente que, les soy sincero, me da miedo. Abrir la prensa -cualquier medio- por la mañana para conocer las noticias del ayer más inmediato me resulta hoy un guiño al dolor más profundo; una pasión como la de Cristo; un estado de ánimo para acudir al psicólogo; un argumento para cualquier película dramática.
No quiero ser cómplice de lo que se avecina y por eso levanto mi VOZ -esta humilde e insignificante VOZ desde esta Talavera triste y apenada- para decir ¡BASTA! Así no podemos seguir en una España que se declara aconfesional pero es mayoritariamente cristiana: generando odio; buscando el enfrentamiento diario; dividiendo una nación tan hermosa y solidaria; intolerantes ante una opinión que no compartimos pero tampoco respetamos. ¡Cuanta tristeza observando cómo cada día sigue vigente lo de “los dos bandos”!
Me niego en rotundo a ofrecerles los titulares de hoy miércoles 17 de febrero de 2021, que me han obligado a esta reflexión. Ustedes se los pueden imaginar, pero les anticipo que nada tienen que ver con la pandemia maldita que estamos viviendo; son mucho más espurios -bastardos en suma- que los de días pasados. Y sí, mucho más arbitrarios si ustedes los leen en un medio o en otro.
Pero en fin, tampoco es mi función moralizar políticamente a ninguno de ustedes; y menos en una España que se tiene por demócrata aunque algunos lo pongan en duda. En una España en la que dicen hay libertad de expresión pese a que otros lo cuestionen. En una España en la que todos tenemos como derecho inalienable la presunción de inocencia y se ejercita el linchamiento público y mediático. En una España con derechos y deberes -los que reflejan la Carta Magna- y que ni se cumplen ni se les espera. ¡En mi España querida, mi querida España…!
No va más en un día en el que como reflexión a mi desánimo he querido rescatar un soneto, que no sé muy bien a quién pertenece pero yo adjudico a Ángela Figuera Aymerich, y en el que invitar a SEGUIR…
Con furia y con tesón, con uña y diente,
ahondemos en la tierra calcinada
que aún la raíz no ha sido aniquilada
ni se quemó del todo la simiente.
Si está la Madre de la cruz pendiente,
la quiero descendida y no enterrada.
Parad el llanto. Empiece la jornada
del paso firme y el mirar de frente.
Alzad España cara a su destino.
Si el bosque se cerró, se abre camino;
si no sirve el ayer, se hace futuro.
Dejad las ruinas solas con la hiedra.
Aún queda en nuestra patria mucha piedra
que es el mejor cimiento y más seguro.
¡Que todos ustedes tengan un buen día!