No puedo evitarlo… ni una cita importante me disuade de estacionar mi coche, para comenzar el día alcanzando a pie la Ronda Sur de Talavera, de mi ciudad
Otra mañana de bruma reposada… blanqueada por un sol tímido, va desplegando lentamente sus ropajes sobre el Tajo… esa misma sensación de deslizarse, de levitar, me evoca la imagen de Madame Butterfly que vi en el Palenque, y que me enseñó a amar la ópera por toda la eternidad.
Me embriaga el olor a césped recién cortado de la Ronda Sur. El cielo a lo lejos, a la altura de los monolitos de cerámica multicolor del final de la ronda, frente a la universidad –cuántas veces los contemplé sentado en un banco despejando mi cabeza de letras y números–, está arrebatado de nubes grises y azules… nada tiene que envidiar a ningún otro mar.
Hoy he llegado hasta la Ronda, subiendo por Pescaderías… uno de los sábados de Mercadillo de San Jerónimo, probé en uno de los puestos bajo el arco, tantas clases de queso, que no quise repetir en una buena temporada.
No me pueden gustar más las calles empedradas que alcanzan la Iglesia de las Bernardas… en la plaza de San Agustín, evoco la imagen de mi madre, una niña de nueve años yendo a misa a primera hora, antes del colegio, con piedras calientes en los bolsillos para combatir el frío y la necesidad… siempre que ella lo cuenta y yo la escucho, sonreímos. A sus recuerdos infantiles se unen los míos de hace apenas unos años, en esa Plaza de días de sol invernal y Mercadillo atestado de niños con gorros y bufandas, y de noches veraniegas de cerveza, música y teatro; esa plaza rebosante de vida y de gente amiga.
La primera vez que bajé caminando desde el Museo hasta Puerta del Río, me recordé de niño, en la azotea familiar de una de aquellas casas de dos alturas, sentado en el terrazo como si en un bosque de macetas pintadas de colores habitado por mí y por tres tortugas de tierra me encontrase: un niño camuflado entre hileras de sábanas recién tendidas, que entre danza y danza dejaban entrever la cúpula de San Prudencio y sus hermosas balaustradas. He bajado otras muchas veces, de adulto, bien buscando silencio, bien una antigüedad ilustrada de las Florecillas de San Francisco, bien una pieza de cerámica para regalar a quien quiere amar esta ciudad.
Me embelesa la ausencia de prisa de los que madrugan para pasear, para hacer deporte, para sacar a sus mascotas… ¿O es la vida la que se desliza? ¿Es acaso la propia ciudad la que inspira y espira pausadamente, manteniendo la calma, y somos nosotros los que queremos apresurar el paso?
Es difícil no embriagarse de lo que uno ve, de lo que siente, de lo que vive. Hace un tiempo, rememoraba con un buen amigo algunos momentos durante los años de universidad, como eran aquellos días que él venía a pasar a mi casa, y sonriendo me decía: lo que más me gustaba de ir a tu ciudad, era lo bien que lo pasábamos en todos los sitios a los que me llevabas, y lo bien que me trataban tus amigos; algunos de ellos, sus amigos desde entonces.
Me pregunto cómo sería comenzar a conocer, a vivir esta ciudad, si no la habitasen personas que no pudieran mostrármela tal y como yo la siento.
Ya en el coche, atravieso el río por el Puente Metálico, justo cuando remontan el vuelo un grupo de garzas reales apostadas en la ribera del Tajo, haciéndolo titilar. Fito en la radio...no debo llegar tarde
Llego al restaurante, ya nos conocíamos de otra ocasión. Si todo va bien, nos esperan muchos proyectos en colaboración. Tras las presentaciones con el resto de los asistentes, pregunto:
- Y qué es lo que te interesa de esta ciudad? Imagino que tú ya tendrás suficientes datos para trabajar sobre ello.
- Muchas cosas. Pero empecemos por el principio. O por el final. Lo que más me gustaría es conocer qué es lo que te interesa a ti de esta ciudad. Y aprender de ella. Enséñame.
Texto: Raúl Luna