OPINIÓN | Corría 1987 y ya íbamos perdiendo (V)‘El amor eterno’
sábado 08 de agosto de 2020, 10:59h
José Luis Alvite fue un periodista y escritor español fallecido en 2015. Con un descomunal talento para la metáfora, dejó en mi recuerdo una frase definitiva, que resumía buena parte de mi existencia.
‘El amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre’. Esa era la frase.
Cuando la leí por primera vez percibí que Alvite había retratado mi alma, mi memoria, mi sentimiento. Ese amor que fracasó por alguna razón que aún buscamos, desde hace lustros, décadas, desde que su naufragio en el mar de la tristeza llevó a nuestro corazón a ser un pecio irrecuperable.
Alguien, ya fallecido, me comentó una vez que, después de un largo tiempo había vuelto a ver a su primer amor y que el corazón batió más deprisa su sangre. No es extraño que en estos tiempos, en los que a muchos nos sobran horas dedicadas a los recuerdos, me haya dado por escribir sobre este asunto.
‘Timeo danaos et dona ferentes’ narraba Virgilio en ‘La Eneida’ cuando los griegos regalaron el gran caballo de madera a los troyanos, repleto en su interior de soldados de élite. La frase, pronunciada por Laoconte, traducida sería: ‘Temo a los griegos incluso dándonos regalos’. Así es el amor eterno. Un Caballo de Troya que aniquila los pilares de nuestro sentimiento y nos deja el sabor del fracaso de la derrota. Es ese amor eterno que nunca olvidaremos porque perdimos la batalla. Un regalo que tiene un bonito envoltorio pero cuyo contenido termina fijado en nuestra memoria como un juguete roto, un caballo de Troya del que no supimos vislumbrar el daño que nos podría causar.
El juramento de amor eterno es una quimera. El verdadero amor eterno es el descenso a la devoción por la otra persona, cuando ya es inalcanzable. Es el fracaso en el adiós de una última mirada. Es el recuerdo que perdura. Siempre. Por eso es eterno.