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OPINIÓN | 'Aprovechemos la experiencia', por Jesús Romero Guillén

OPINIÓN | 'Aprovechemos la experiencia', por Jesús Romero Guillén
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lunes 25 de mayo de 2020, 11:20h

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El cambio climático tras la pandemia de la COVID-19 puede iluminar un futuro mejor, ya que las experiencias extraídas durante las semanas de confinamiento que hemos vivido desde marzo de 2020, han puesto en evidencia que un cambio en el modelo económico y productivo es factible. Nadie dice que sea una tarea fácil, esta de lograr un modelo económico sin CO2.

Lo que es evidente es el fracaso que supuso la Cumbre del Clima de Madrid (diciembre 2019), en la que se constató un alejamiento, respecto del ambicioso objetivo de llegar a “cero emisiones en 2050”, según la Reunión de París (2015). Sabemos que las emisiones de CO2 por causas antrópicas aumentaron entre los años 1970 y 2004 un 70%, sin embargo, las medidas de confinamiento establecidas por los distintos Gobiernos del mundo han provocado la mayor caída de la historia de las emisiones de CO2, que se ha estimado en este año de un 5%, el nivel más bajo desde 2010. A costa de paralizar la economía mundial y poner en riesgo el modelo del estado de bienestar, que tanto nos ha costado.

Por primera vez en los últimos 50 años la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha constatado una fuerte demanda de tecnologías bajas en carbono o descarbonizadas, que se han impuesto incluso por delante de las derivadas de los combustibles fósiles, especialmente debidas al parón experimentado por China e India.

Sin embargo, esta situación de “parón estacionario” si no va seguido de medidas concretas y de calado en el tiempo que limiten las emisiones de dióxido de carbono, a penas tendrá consecuencias en el clima. Por ejemplo, si tomamos como dato objetivo la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera medido en partículas por millón (ppm), el ritmo se ha acelerado pasando de 300 ppm en 1950, hasta superar las 400 ppm en 2013-2014.

Así, el 1 de mayo presente (en plena pandemia, 2020) alcanzamos 418 ppm de CO2, cuando hace un año era de 414 ppm. Por tanto, según este dato las 6 semanas de restricciones no han conseguido disminuir este parámetro que se utiliza como uno de los mejores registros de salud ambiental a nivel del planeta.

Debemos aprovechar esta experiencia y de forma paralela a un deseable cambio de mentalidad aprovechar los avances tecnológicos y potenciar las energías renovables, también quizás replantearse las bondades de la energía nuclear con las máximas medidas de seguridad y control.

Pero la actual pandemia del COVID-19 también ha puesto de manifiesto más que nunca que en nuestra era de la interdisciplinariedad, como ha señalado el físico divulgador Sánchez Ron, la ciencia es como un gran centro comercial interconectado en el que las fronteras de una disciplina, en este caso la medicina (protagonista durante esta pandemia) se solapa con otras como la estadística y la matemática (con sus algoritmos y la aplicación de la teoría matemática del caos), la física (interacciones metereológicas), la química y farmacología (investigación y producción de fármacos), economía y psicología del comportamiento (aporta datos a tener en cuenta en el desconfinamiento). Por todo lo anterior, el sistema sanitario debe apoyarse en la totalidad de la información de la que puede disponer en un momento dado para tomar las decisiones más oportunas. En realidad, y sin darme cuenta dirijo mi reflexión a algo de lo que ya he hablado en otras ocasiones. Hoy en día, aunque se tiende a la superespecialización, es deseable que aquellas personas que tienen importantes responsabilidades en cualquier esfera (política, empresarial, religiosa, tecnología e investigación) posean una formación global y humanista. De esta suerte sus decisiones probablemente serán más acertadas.

Mientras en países tecnológicamente avanzados intensifican las inversiones en disciplinas humanísticas –acicate para el cultivo de la imaginación y fantasía que se encuentran en la base de la creatividad- y en este momento me estoy refiriendo a Corea del Sur, Europa olvida sus raíces culturales, e infravalora el estudio de la filosofía, la literatura, la música y el arte en general, en favor de la especialización y la profesionalización. Una formación más amplia es capaz de orientar críticamente las decisiones, y estimula el florecimiento de una conciencia civil tan importante en nuestros días, tal y como ha señalado el profesor Nuccio Ordine, experto en Giordano Bruno.

Para ir terminando, es bien conocida la relación entre creatividad, pensamiento y una personalidad armónica –referida por Einstein-, que permita un pensamiento y juicio independiente necesarios en la resolución de una crisis como la actual (COVID-19), o cualquier situación adversa.

Y si somos capaces de reaccionar, y salvar el globo, ¿con qué situación o situaciones nos encontraremos? ¿Una mente única y global regirá entre nosotros fruto de la revolución más tecnológica que científica? ¿Encontraremos una fuente de energía inagotable? ¿Colonizará nuestra especie otros planetas y emigrarán los hijos de nuestros hijos a otros mundos?

En cualquier caso, el universo es indiferente a nuestro destino y en última instancia, cuando en unos 5.000 millones de años el Sol pase a gigante roja y la Tierra -si se salva de quedar engullida- primero será abrasada, luego se tornará en una bola de hielo, o una canibalesca guerra civil de agujeros negros hará que desaparezca cualquier rastro de estructura y orden en el cosmos. Quizás la historia prosiga en otro universo que no conocemos, según el autor de “La gran historia de todo”, el científico y divulgador David Christian.

El desafío es nuestro, de nuestra generación: sabemos lo que hay que hacer y que lo tenemos que hacer nosotros, nuestros descendientes lo tendrán mucho más difícil.
 Los ecologistas nos reclaman soluciones transversales: no solo se trata de un cambio en la alimentación. Esto no es suficiente, tampoco eliminar los plásticos… Es necesario que nos desplacemos de forma sostenible. Algunos piensan que solo hay que cambiar combustibles fósiles por energías renovables. No es suficiente, ¡ojalá fuese esto sólo!, hay que cambiar nuestra forma o estilo de vida: la forma de vivir en nuestras casas, de comer, de movernos…

¿Estamos realmente dispuestos a introducir estos cambios en nuestro estilo de vida? Por el contrario en los últimos años hemos experimentado un notable retroceso señalaba recientemente Federico Mayor Zaragoza, antes de esta crisis del COVID-19, uno de nuestros mejores embajadores por el mundo.

Si consideramos la historia del universo conocido y la estimamos en unos 13.800 millones de años, los primeros homínidos antecesores nuestros hicieron su entrada hace unos 4 o 5 millones de años, y más concretamente el sapiens hace unos 300.000 años. Sin embargo cuantas cosas hemos hecho en tan poco tiempo y qué influencia hemos tenido y ejercemos en nuestro medio, tanta que a este periodo se ha dado en llamar el Antropoceno, y en nuestras manos está no llevar al planeta a la hecatombe.

Llegado a este punto, dos conclusiones: (1) es necesario un profundo cambio transformador de cómo los humanos interactuamos con la naturaleza y quizá este sea el momento. (2) muchas incertidumbres por esclarecer: origen de la pandemia, ocultación de datos, contrastación de medidas terapeúticas, falta de trasparencia en las primeras autopsias realizadas por China, hasta que la fisiopatología del cuadro ocasionado por el germen fue aclarada gracias a las autopsias realizadas en Italia por la Universidad de Milán. Aclarar si verdaderamente algún grupo de poder económico hay detrás de toda esta hecatombe y se está beneficiando. ¿Hay algún interés por implantar un nuevo orden mundial y un nuevo hombre del mañana, bajo el paraguas de la globalización y el miedo ante un virus que como la espada de Damocles se cierne sobre nosotros, o en su defecto para eso está en omnipresente Estado para recordárnoslo?

Un Estado totalitario apoyado en la tecnología como describiera el intelectual visionario George Orwell hace 7 décadas, distopía o no, estemos vigilantes. No hace falta que insista en demostrar que la avaricia, el egoísmo y la maldad del ser humano, son y estarán siempre presentes entre nosotros.

En conclusión, y compartiendo al 100 por cien la afirmación del divulgador científico David Christian, “somos unos suertudos. La vida en la Tierra es prácticamente un milagro que debemos agradecer a un sol fiable del que mantenemos una distancia adecuada, y una luna insólitamente grande que estabiliza tanto la órbita como la inclinación del eje de rotación terrestre… Muchas cosas podían haber salido mal. Una supernova o el choque de otro planeta nos podrían haber barrido del mapa. Pero aquí estamos los seres humanos…”.

Jesús Romero Guillén, médico traumatólogo

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