Parece que ya empiezan los movimientos para abandonar el confinamiento estricto.
Al permiso, desde el domingo pasado, para que los menores de 14 años puedan salir una hora de casa acompañados de un adulto se une ahora un plan progresivo para retornar a lo que han llamado “nueva normalidad”. Si bien todavía no es nada oficial hasta que no salga publicado en el BOE, todo indica que si se cumplen una serie de marcadores, seguramente relacionados con los índices de contagios pero no explicados todavía, iremos, poco a poco, retomando la actividad.
Como digo, esos indicadores que nos van a permitir ir avanzado con una mayor o menor velocidad hacia esa “nueva normalidad” no han sido difundidos todavía de una forma oficial. Lo esperable es que tengan que ver con las variaciones semanales entre los contagiados, curados y fallecidos, además de tener en cuenta la ocupación hospitalaria cada siete días.
Sin entrar a valorar esos criterios, más que nada porque no soy experto epidemiólogo, sí me gustaría que tuviéramos en cuenta un factor, muy importante a mi modo de ver pero poco tenido en cuenta, que es el estrés, o cansancio tanto físico como mental, de nuestro personal sanitario. Llevan más de mes y medio dando el 200% de si mismos y se merecen mucho más que unos aplausos diarios.
Y no me refiero que les apoyemos cuando todo esto pase en sus reivindicaciones sobre mejoras salariales y laborales, que también. Tampoco a que sigamos empujando para que tengan más y mejores EPI’s, porque eso no hay de dejar de hacerlo, ni ahora ni nunca. Quiero decir que tenemos que pensar en los posibles repuntes y en la amenaza de una segunda oleada del Coronavirus que tenemos frente a nosotros y que, si no permitimos que quienes nos tienen que cuidar hayan conseguido descansar y reponer fuerzas, nos puede azotar con más virulencia, y nunca mejor dicho.
Es más que comprensible que todo el mundo tenga ganas de salir de esta reclusión a retomar aficiones tan propias de nuestro pueblo como son el compartir tiempo con amigos y familia, y el esparcimiento propio de esta época del año, tanto saliendo a pasear como yendo al campo a pasar el día. Y mucho más entendible es la necesidad de muchas personas de volver a trabajar para que los efectos económicos de este parón comiencen a desvanecerse cuanto antes.
Pero mientras lo segundo sí tiene una importancia vital, lo primero es más opcional y es ahí donde entra nuestra responsabilidad de echar una mano a nuestros cuidadores minimizando lo máximo posible la posibilidad de nuevos contagios y permitiendo, de esa manera, que restablezcan todo lo que puedan sus energías.
Por lo tanto, desde este espacio, os pido, nos pido, un esfuerzo extra por controlar nuestras ganas de salir y reagruparnos. Un esfuerzo suplementario que nunca será del mismo calibre que llevan haciendo casi dos meses esas mujeres y esos hombres por salvar nuestras vidas pero que servirá de mucho para que lo vuelvan a hacer cuando les volvamos a necesitar, que esperemos sea muy tarde, pero que es lo que vienen haciendo desde siempre solo que ahora con un agotamiento añadido que les dificulta su labor.
Imagino que muchos de nosotros conocemos a alguien que está afrontando esta pandemia con una exposición total al virus. Un amigo, un familiar, un conocido,etc..en definitiva, alguien a quien admiramos y al que no quisiéramos ver desfallecer porque sabemos que sus manos salvan vidas y que esas vidas son las de nuestros vecinos y las nuestras mismas en última instancia.
Así que ahora hemos de pensar en ellos antes que en nosotros mismos y procurarles una merecida rebaja en la carga de su trabajo cotidiano que siempre ha sido, y siempre será, cuidar de nosotros. En nuestra responsabilidad ciudadana está.
Seamos solidarios, pensemos en nuestro personal sanitario y cuidémosle como ellos hacen con nosotros todos los días.