Carolina es venezolana. Tiene 24 años y está embarazada de ocho meses. La historia de los últimos dos años de su vida está marcada por el sufrimiento, pero también por la superación, “agarrándose”, como ella misma manifiesta a la fe.
Cuesta escribir y no conmoverse por su testimonio de vida a pesar de su juventud; exclamando, según te lo va narrando “madre mía, qué sufrimiento” porque esta técnico de anatomía patológica –esa es su profesión- se vio obligada hace dos años a emigrar a Ecuador por la complicada situación de su país. Allí había ido a trabajar su pareja y ella decidió marchar con él para comenzar una vida mejor, libre de amenazas y de acosos.
Pero la vida en el país vecino no fue tampoco un camino de rosas, sino un camino de espinas, donde las oportunidades laborales que la salían escondían trabajos relacionados con prostitución y el acoso sexual en la mayoría de las veces. “En todo momento te hablaban de “prepago”, afirma Carolina entre lágrimas cuando detalla cada uno de los empleos en los que comenzó a trabajar.
Cuando se queda embarazada considera que “ya no puede seguir allí”, y con tres meses tras reunir todo el dinero posible, con mucho esfuerzo, pues “pues nos privábamos de todo lo que teníamos en Venezuela, racionando la comida y ahorrando para enviar dinero a mi familia y también para el pasaje”.
Un 17 de febrero de 2020 llega a España, a Palencia, donde conocía a una familia que le alquilaría la habitación para poder vivir aquí, y “allí llegué hasta que me dijeron que tenía que buscar una alternativa”. Entonces comenzó a buscar por internet alquileres de habitaciones y encontró una habitación en un pueblo de Toledo. Pagó la fianza y un 13 de marzo, “en la raya de la emergencia”, llega a este pueblo de Toledo, donde al principio la familia la trató muy bien pero luego la obligó a marcharse, “porque estando embarazada y si se ponía de parto cómo la iban a atender”, eran algunas de las cosas que le decía la señora. Convirtiéndose, por tanto, Carolina en un problema para esta familia, por lo que “tras mover cielo y tierra, escribir a todas las organizaciones posibles”, tiene la respuesta de la Iglesia, a través de Cáritas Parroquial y Cáritas Diocesana de Toledo. “Enseguida me dijeron. No te preocupes que haremos todo lo posible para que se solucione tu problema”, recuerda con emoción.
Carolina ya está de ocho meses, sin nada para su bebé. Sola y sin un lugar donde poder ir. A mediados de abril desde Cáritas Diocesana de Toledo, gracias a las trabajadores sociales “que no pararon hasta conseguirme una habitación”, consigue llegar a Talavera de la Reina, donde está viviendo con una familia venezolana, “que me quiere y que espera con gran ilusión la llegada de mi niño”. Ahora se encuentra más tranquila, porque sabe que no está sola. Ha vivido situaciones terribles, inhumanas y humillantes, y ahora espera con ilusión la sonrisa de su bebé “que espero que nazca sano y venga lleno de buenas noticias”.
Me dice que expresamente agradezca a Cáritas, a las trabajadoras sociales, a los sacerdotes que la han acompañado, y a la Iglesia Católica su apoyo y acompañamiento. “Me siento bien y más tranquila, porque me recibieron con los brazos abiertos a mí y a mi bebé; y espero que pronto yo pueda devolverles ayudando a otras personas todo lo que hicieron por mí”.