Ya Lo escribió Hemingway: "El poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen". Y muchos años después, en 2008, el médico británico David Owen identificó el trastorno. Se llama síndrome de Hybris y, según la descripción, podría estar afectando a nuestros líderes políticos sin que ni ellos lo sepan. Es la enfermedad del poder y quienes la padecen pierden el sentido de la realidad, usan el dominio para su propia gloria, sienten la necesidad de recibir halagos, adquieren una preocupación exagerada por su imagen y, a menudo, se creen elegidos para llevar a cabo una misión trascendental. ¿Les suena?
Fueron los griegos quienes acuñaron el término, hybris (desmesura), para referirse a la falta más grave que podían cometer los héroes: creerse superiores al resto de los mortales. En nuestra época sería algo así como una especie de arrogancia de la que no se libran ni los próceres más sensatos. Llámenlo grandiosidad, narcisismo, vanidad, egocentrismo o como gusten.
Pero además, este síndrome de la clase dirigente, de la "casta", como la definió una de las mayores víctimas de esta enfermedad, es alentada por el fanatismo. El fanático político defiende con tenacidad y vehemencia sus opiniones y creencias, defiende su propia verdad, su efímero poder. Su capacidad de razonamiento es escasa por eso es presa fácil de caudillos y politiqueros, defiende tesis falsas, es iracundo e irascible, su capacidad de reacción es violenta e irracional, el fanático cree saberlo todo, se siente portador del poder divino para resolver problemas, sancionar o castigar.
De esta manera, podríamos determinar que el fanatismo se sustenta o identifica por cinco principales señas de identidad: el deseo de imponer sus propias ideas, el despreciar a quienes son diferentes, el basarse en una serie de ideas que son incuestionables, el tener una visión “cuadriculada” de las cosas pues todo es blanco o negro, y finalmente el carecer por competo de todo espíritu crítico.
La falta de racionalidad puede llegar a tal extremo que, por el fanatismo, una persona mate a otra. Cuando el fanatismo llega al poder político, suele desarrollar todo un sistema para la imposición de sus creencias, castigando a los opositores con la cárcel o incluso la muerte.
En España, lo estamos comprobando ,por desgracia, con motivo de la crisis generada por el COVID 19, desde un lado u otro del espectro político se comprueban a diario actitudes fanáticas e irracionales cada vez más alejadas de la realidad.
A ese fanatismo de ambos lados, en nuestra nación sufrimos otro fenómeno singular. Desde hace más de 25 años la política española está dominada por una hegemonía de izquierdas. Intelectual y política. Esa hegemonía se concreta en un privilegio: el país en su conjunto asume que la izquierda puede hacer cosas que al centro-derecha no le están permitidas”. Esta es una verdad contundente por simple y clara y cotidianamente experimentada. Para la izquierda la política: “significa jugar todas las posibilidades en los diferentes espacios políticos y sociales, para tener el dominio hegemónico sobre el todo”. Por tanto, que gobierne alguien que no sea la izquierda debe ser tenido como algo accidental o casi contra natura. El espacio político es coto de la izquierda y en él la derecha de be ser meramente un intruso.
La derecha parece desconocer que sin ganar la batalla de las ideas no se gana el poder. Se puede llegar a ganar ocasionalmente el gobierno, pero no el poder. Por eso, se puede profetizar que en España la derecha no ganará nunca el poder, entre otras cosas porque ya no existe la derecha que se conoció antes y durante la II República. Al menos aquella tenía doctrina e intelectuales. La de ahora solo tienen vividores, corruptos, burócratas y aspirantes a hacer de la política su modus vivendi. Triste país donde la acomplejada derecha sólo aspira a ser la triste sombra de la izquierda y la izquierda camina, aprovechando la pandemia que sufrimos, hacia desvelar e imponer sus fundamentos totalitarios.