Voy a contar una historia
del barrio de Diego Pérez,
donde hay tertulias y risas,
frescas cervezas, y a veces
controversias imprecisas
que requieren de los jueces.
Si no yerra mi memoria,
la otra tarde, cierto jueves,
se habían citado en el bar
dos parejas, no mujeres,
con un objetivo escueto:
dilucidar con las cartas
o naipes, dice mi nieto,
cuál de las dos parejas
quedaba con el careto
de pasarse por la barra
y agachando las orejas...
O sea sé, pagar las jarras
de la fresquita cerveza.
Pero seré más concreto.
El bar lo regenta Miguel
y lo administra la Vero.
Se denomina bar Plaza
y lo frecuenta el obrero,
aunque a veces hay en él
gente que se disfraza
con pinta de bucanero.
Dicho esto, a la cuestión.
La de versar en romance
cierta partida de Mus,
disputada con tensión,
que ha sembrado repelús
y no acabó en percance,
es decir, en patatús,
porque medié con razón.
Cierto es, que es Carnaval
y es conveniente la guasa
que en estos pasados días
tenían casi tos a las cañas.
Sobre todo al mediodía
cuando nada más llegar
los perdedores se citan
a la tertulia que allí se da,
sobre a veces... tonterías.
Mas fue el otro día genial
que na más verles llegar
se montó tal cachondeo
que uno que estaba allí,
y que no voy a nombrar,
les mandó sí, a jugar
a la liga en regional,
pues según dijo Miguel
no acumulan más nivel
para superior categoría.
Yo que soy del todo parte
no entraré en banalidades;
cierto es que algo de arte
sí les faltan, y habilidades.
Pues a la hora de envidar
se les nubla la razón,
o les entra desazón,
y como dijera el Largo
no procedía ese jugar
y sí aceptar el órdago.
De cinco citas, señores,
en cuatro pasan por barra
y la otra acaba en tablas.
Uno de ellos desbarra
y afirma que son diablas
las cartas, espectadores
y el que siempre amarra
el juego. ¡Especuladores!
Llegó a decir uno dellos.
Es tanta la expectación
que levanta la partida,
que responde la afición:
“Paice se juegan la vida”.
“Por si se agarran del cuello”,
desde el fondo grita otro,
desbocado como un potro.
Ahora en el tramo final
les presento a las parejas
que van de compañeros.
En una, el Paco y Julián,
alarmas y ex ferroviario.
La otra, y está de moda,
por pintor de brocha gorda,
el hijo del Campanero,
que tie por compañero
al autor de aquesta oda.
Los primeros, perdedores;
los segundos, qué pareja,
con juego extraordinario,
los que les mojan la oreja
y llevan al confesionario.
¡Qué te debemos, Miguel!
Preguntan Julián y Paco.
Ahora le digo a la Vero,
fue la respuesta de aquél.
Y se oye un comentario:
Recuerdas el amarraco...
Pamplinas... ¿Qué dinero
te debemos caballero?
¡Veinte del ala, a pachas!
¡Pon de beber, camarero
y de aperitivo gachas
y da a Seco un botellín
que ya se acabó este juego!
Dijo con fuerza el Ciego
que lo es del Berrenchín.
Concluyo ya en el final.
Perdonen la chirigota,
pero estamos en Carnaval
y es con cariño carnal,
que dedico al de la gota
todo lo que hoy yo rimo
por encargo de mi primo,
ése al que adora Julián
y al que trata con mimo
y tie gran consideración,
cual si fuera su querida.
Yo doy gracias a la sota
que me hizo campeón
de tan reñida partida.
Paco y Julián, resignación
para soportar las risitas
de Largo, Seco, Candiles
y de algún otro mirón.
Espero que así lo admitas,
que estos son versos gentiles
escritos con devoción.
Un fuerte abrazo a los dos
y una última cosa os pido:
Sabed que le rezo a Dios
que si nos queréis retar
a nueva partida de Mus,
os eche una mano o dos,
o poned ya el autobús
pa ver si podéis ganar.
Entretanto, yo os bendigo.
Y que viva el Carnaval,
su gente chirigotera,
o la alegría que impera
si no llega un carcamal
a joder la convivencia.
Porque del Mus es esencia
el órdago y el envidar,
cinco más, paso o quiero,
y el sutil chirigotero
que así lo quiso contar.
Y como no hubo revoque...
A pagar... to el alboroque,
dijo presto el Campanero.
¡A la próxima os espero
le respondió el tal Julián.
Pero traeros dinero
que no se fía en este bar,
apostilló nuestro Ciego.
Y ahora sí, punto y final.