José Cardona
La educación y lo trascendente
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
“Educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo”. Olivier Reboul
Para los agentes educadores (padres, profesores, tutores…) un primer saber necesario es el concepto antropológico que tienen de ellos mismos y, como consecuencia, de sus pupilos o educandos, esto es, conocer la finalidad, el para qué, de la vida de cada persona. Si el ser humano es trascendente, si por su condición o naturaleza no está ligado exclusivamente al este mundo material y finito que conocemos; o, por el contrario, si el hombre está destinado a nacer, crecer, reproducirse (en su caso) y a morir sin más, como todos los demás seres vivos (pongamos por caso, como nuestra mascota, o como un geranio, entrañable y bello, respectivamente, pero no imperecederos).
La mayoría de quienes militan en la primera de las opciones descritas, al decir de Lenski, organizan su existencia en el marco de un sistema compartido de creencias y de prácticas que, concretadas habitualmente en dogmas y códigos morales, se articulan en torno a un conjunto de fuerzas (o motivos) que configuran su destino más allá de esta vida terrenal. Son personas a las que define su esperanza, fortalecida desde su fe, en una vida ultraterrena mejor que la presente. En armonía con ello, asumen y practican, o lo intentan al menos, una escala de valores que les sirva de guía en su itinerario por este mundo que conocemos y fundamente una filosofía educativa coherente con ello.
Pero también los hay no creyentes o ateos, los que niegan la existencia de un Dios providente, de cualquier deidad que, en justicia, premie o castigue; y los agnósticos, aquellos que consideran inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino, de todo lo que trascienda la experiencia terrena. Defienden que su moral, que califican de humanista, supera en racionalidad y lógica a la religiosa, a la moral teísta, creen en su capacidad para integrarse correctamente en la sociedad en la que han nacido y viven, aunque no se sometan a los mismos principios que los teístas, y hacen de estos postulados la base de su pedagogía. Ante esta dicotomía, pues, ¿cuál es el papel a jugar por la educación en la sociedad? ¿Educar es hacer creyentes o hacer ateos, es contribuir al desarrollo de seres humanos trascendentes o finitos, religiosos o paganos? ¿Usted qué cree, amigo lector?
Al decir de mi amigo Eulalio, un tanto socarrón como saben y a quien he consultado al respecto, la respuesta a los anteriores interrogantes dependerá de quién responda a los mismos. Y aunque esto sea así como él dice, de nada nos sirve a nosotros para finalizar con cierto rigor, decencia, responsabilidad y compromiso la presente columna. Es por esto que nos toca mojarnos aquí, porque de no hacerlo de esta manera, para qué escribir sobre el tema, ya que no quiero ser, según reza el proverbio chino, el sabio que no dice lo que sabe, ni mucho menos el necio que no sabe lo que dice.
Creemos que educar, antes que todo lo demás, es hacer personas. La educación ha de ser un proceso que contribuya al desarrollo integrado de todas las capacidades del individuo, es una hermosa tarea dirigida a la optimización de la persona en el ser, el conocer, el hacer y el convivir (así es como gusta definirla a los teóricos de la pedagogía, tan injustamente denostados hoy desde algunos sectores). Educar es facilitar la actualización de lo potencial que cada persona atesora (en términos aristotélicos), coadyuvar a que sus posibilidades se hagan realidad. Y a partir de aquí es lícita, y respetable, siempre que sea ética, cualquiera de las dos opciones a las que nos hemos referido antes.
Y es que hay valores que no deben ser patrimonio exclusivo de ninguna religión o programa político, que se inscriben y justifican en el derecho natural y que, precisamente por ello, deben ser objeto de conocimiento y de práctica: el derecho a la vida, a la justicia (o igualdad ante las leyes), a la libertad (de pensamiento y de conciencia), a la seguridad, al honor y dignidad, al trabajo…a la educación (en tanto que optimización de sus aptitudes). Todos ellos han de ser derechos sin patria, sin fronteras, sin ideología ni clase social, sin religión, raza o género. Todos ellos, y algunos más que no se citan aquí por no alargar este artículo, deberían ser universales y universalmente asumidos, respetados y aplicados en el vivir cotidiano. ¿Por qué no se hace así?
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¿Qué enseñar en la sociedad del conocimiento?
Últimos comentarios de los lectores (1)
60 | Ricardo Fernández - 21/03/2011 @ 14:33:49 (GMT+1)
Agradezco al profesor Cardona su valiosa contribución a la educación desde la "sociedad del conocimiento".
No cabe duda que todos los esfuerzos por dotar de herramientas tecnológicas a los estudiantes serían estériles si no se acompañan de una nueva dimensión formativa y metodológica orientada a la promoción de competencias digitales tan demandadas y necesarias para el aprendizaje permanente.