Sobre la huelga

Pero, de igual forma, tiene el mismo derecho aquel que acude con normalidad a su puesto de trabajo para ganarse las habichuelas.

Por eso me parecen lamentables los pegotes de silicona en las cerraduras, los escaparates rotos y las piedras sobrevolando las furgonetas y los camiones de quienes acuden puntuales a realizar su reparto diario. Coacciones desgraciadamente nada minoritarias cada vez que se produce una huelga general como la convocada el pasado jueves en este país al que todavía, aunque cada vez cuesta más, reconocemos como España.

Por otro lado, existe gente con razones para estar cabreada con una ensuciada clase política que no busca los movimientos colectivos cuando quiere expresar su solidaridad, quizá porque, quienes abanderan este tipo de manifestaciones, los sindicatos, tampoco son un precisamente ejemplo de limpieza absoluta.

Y protestar y luchar por mejorar las cosas está muy bien, pero gran parte de la gente que acude a este tipo de actos lo hace sin información necesaria y formando parte, inconscientemente, de un redil. Esto ocurre, presumiblemente, por no tener claro que una huelga no es lo mismo que una manifestación. Salir a la calle estando en el paro o siendo estudiante es una cosa, pero la adhesión a una huelga cuesta dinero en la nómina y, en muchos casos, no está el patio para andar jugando. No es por no ir.