Manuel del Rosal
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
Leyendo a Willian Butler Yeats, premio Nobel de Literatura 1923, encuentro lo siguiente: “En Irlanda en aquel tiempo – finales siglo XVIII principios del XIX – el acreedor podía embargar el cadáver de quien hubiera muerto sin haber pagado su deuda, no permitiendo que fuera enterrado hasta el pago de la misma.”
¿Se imaginan que esta ley estuviera vigente en nuestros días aquí en España? Los cadáveres sin enterrar se esparcirían por todo el país. Desde el humilde obrero hasta el director general de una gran compañía, pasando por alcaldes cuyos ayuntamientos están endeudados hasta la médula y presidentes de comunidades enfangados en el lodo de los impagos, sin olvidar empresas de relumbrón que tan sólo eran zombis comidos por las deudas . Cadáveres de todas las clases sociales, desde la proletaria hasta la nobleza permanecerían sin enterrar por falta de pago inundando tanatorios, hospitales, residencias que, incapaces de acoger a semejante cantidad de cadáveres; se verían obligados a sacarlos fuera esparciéndolos, desparramándolos por calles, plazas y jardines. Los bancos y cajas de ahorros – esos lugares donde despiertan tus sueños para luego convertirlos en pesadillas -, agotadas todas las posibilidades de cobro, levantarían verdaderos campos de refugiados – en este caso cadáveres – cuyos pabellones se ahogarían hasta el techo de cadáveres. Los cementerios, reventados, vomitarían cadáveres. El embargo del cadáver por parte del acreedor pondría ante la atónita mirada de sus vecinos a aquel que, según el coche que conducía, las vacaciones que tomaba, los trajes que vestía, las francachelas del fin de semana, el apartamento en la playa etc. parecía nadar en la abundancia cuando tenía hipotecada hasta el alma. España sería un inmenso osario, un elefantiásico y acromegálico tanatorio que día a día iría sumando cadáveres sin enterrar por haber sido embargados por sus acreedores, acreedores a los que les sería imposible cobrar a los familiares del finado debido a que también ellos estarían endeudados hasta la raíz del cabello. Las hojas y folios mecanografiados con las reclamaciones de embargo serían los sudarios que envolverían los cuerpos, mientras esperan inútilmente que alguien pague las deudas contraídas en vida para poder ser enterrados. España olería a putrefacción, a formol. Las moscas revolotearían por encima de los cadáveres mientras los gusanos harían de ellos su pienso. España sería una letrina, un albañal, un estercolero.
Afortunadamente esa ley no existe en España, aunque pensándolo bien puede que si no queremos que España se convierta en un cadáver, cadáver embargado y sin poderse enterrar, vamos a tener que pagar entre todos los españoles y con nuestros impuestos la descomunal deuda en la que este gobierno la ha metido, para poder hacer frente a los desatinos de una crisis nunca admitida y peor gestionada.