José Cardona
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
“Esperanza, Esperanza, sólo sabes bailar cha, cha, cha”. Antonio Maura, (Antonio Machín)
Así comenzaba aquella canción que escuchábamos, tarareábamos y hasta bailábamos en los años sesenta, los de la década llamada prodigiosa, inyectados todos de optimismo, gobernados por esa virtud de la que toma nombre la protagonista de la canción de Antonio Machín: Esperanza. Este número formaba parte del repertorio de las orquestas que animaban, entonces, las noches de baile en La Banca, junto a las novedades traídas por los Beatles (inolvidables), Miguel Ríos (el rey del rock), el Dúo Dinámico, Raphael, Los Relámpagos, Bruno Lomas (con su “Casa del sol naciente”). Y, además, canciones de Los Bravos, Los Brincos, Los Canarios o Los Pekenikes. La Banca, cercana al coso de La Caprichosa, tenía algo de recinto mágico tras sus tapias inmaculadamente encaladas (sin “grafitis” todavía), donde la juventud talaverana, y la de los pueblos más próximos de la comarca, mostraban sus ganas de vivir, y de divertirse, en los tibios anocheceres de las primavera y los estíos.
Este ambiente de aquellos domingos y fiestas de guardar, con diferentes canciones y autores, sobrevivía, si bien herido de gravedad, aún a primeros de los años setenta. Y siempre se prolongaba hasta las Ferias de San Mateo, frontera de los bailes al aire libre. A partir de ellas, el frío y la lluvia hacían que los jóvenes buscáramos los guateques allá donde hubiera un tocadiscos y un local gratuito donde cobijarse; o las salas de baile con orquesta y bajo techo. Pero eso sí, llevando con nosotros la alegría, las ganas de ligue, un incipiente noviazgo, la afanosa búsqueda de un primer beso y, sobre todo lo demás, aquel optimismo y aquella esperanza que definió a toda una época y a toda una generación.
Como, supongo, sucederá hoy, el público de aquellos bailes era diverso, variopinto. Había dependientes de comercio, empleadas de los talleres de costura, aprendices de múltiples oficios emergentes en nuestra ciudad, estudiantes del único Instituto de Talavera y de academias varias, trabajadores del sector de la construcción (entonces tan en alza progresiva por estos pagos), camareros con el día libre, administrativos, peluqueras, algunos campesinos, pintores, pastores, ebanistas, empleadas de hogar (criadas, que se decía en aquel tiempo). Sólo tres cosas tenían en común aquellas gentes: ser jóvenes (lo más importante), inmensamente ricos en ilusiones, y que todos acudirían el lunes al trabajo o al estudio.
Su diversión no era turbada por la amenaza de los “mercados”, del paro, las hipotecas, los desahucios, el IVA, la subida de los precios, del IRPF o del IBI, la pérdida de poder adquisitivo, los pactos fiscales, ajustes para taponar las heridas del déficit público o los agujeros del PIB, el control de alcoholemia, la droga, el acoso laboral, la violencia de género, la separación o divorcio de los padres, las leyes antitabaco o la de igualdad, la congelación de los salarios, el cambio climático, los índices de la deuda externa, los inquietantes cierres de la Bolsa, la estabilidad del euro, la contaminación ambiental, el encarecimiento, un día sí y otro también, de carburantes y productos energéticos, las sanciones por no aparcar como Dios manda en la zona azul, los impuestos para pagar embajadas, parlamentos y gobiernos autonómicos (y los sueldos y dietas de sus señorías). Más todos los etcéteras que usted quiera añadir, amigo lector (y se quedará corto, seguro).
Entonces, en los tiempos de La Banca (la del baile, no la otra), no había nada de todo eso que, en la actualidad, atemoriza (por no decir otra cosa más gorda) al más pintado. En los sesenta-setenta, nada de casi nada de todo ello: comida justa y austera (“una olla de algo más vaca que carnero”, en expresión cervantina), un sobre semanal con algunas pesetillas para entregar a la madre, o el sacrificado estudio de los bachilleres, estudiantes de magisterio o de algún universitario. De lo demás, con tal de no hablar mal del Régimen y de asistir a misa los días de precepto, sin problemas gordos. Éramos pobres (¿hoy no?), pero no tengo conciencia de vivir en una sociedad tan llena de prohibiciones, atenazada por los grandes capitales (esos implacables señores de la guerra), o los desahucios, mordida por la desesperanza y las reformas laborales. ¿A dónde hay que firmar para volver a gozar de todo aquello que tuvimos en los sesenta y primeros setenta? Ni mi amigo Eulalio, ni yo mismo, lo sabemos. ¿Y usted, querido lector?
Foro asociado a esta noticia:
¿Qué enseñar en la sociedad del conocimiento?
Últimos comentarios de los lectores (1)
60 | Ricardo Fernández - 21/03/2011 @ 14:33:49 (GMT+1)
Agradezco al profesor Cardona su valiosa contribución a la educación desde la "sociedad del conocimiento".
No cabe duda que todos los esfuerzos por dotar de herramientas tecnológicas a los estudiantes serían estériles si no se acompañan de una nueva dimensión formativa y metodológica orientada a la promoción de competencias digitales tan demandadas y necesarias para el aprendizaje permanente.