Eran las cuatro de la tarde del día 8 de septiembre, día grande en Cebolla en el que se celebraba la festividad de su patrona la Virgen de la Antigua. La gente descansaba preparándose para una larga noche de celebraciones cuando una riada de proporciones bíblicas arrasó el pueblo de norte a sur llevándose por delante todo lo que encontró a su paso. Los coches aparcados, los camiones y puestos de los feriantes navegaban por las aguas bravas como barquillos de papel, chocándose entre sí y con el mobiliario urbano o las paredes de las casas, provocando remolinos en un mar de aguas color café con leche. Su fuerza descomunal rompió las lunas de la farmacia, en La Plazuela, para penetrar en tromba hasta el fondo, reduciendo su contenido a un amasijo de barro y escombros. Un caos que provocó el shock de los atónitos testigos de la tragedia.
No es la primera vez que esto ocurre, aunque nunca con semejante violencia. Hasta principios del siglo XX el pequeño arroyo de Sangüesa, que baja de los cerros de Sanchón, transcurría por el centro del pueblo mansamente hasta alcanzar su destino en la desembocadura del Tajo, 2Km. al sur. A ambos lados del arroyo, las calles se empinan hasta los límites del pueblo, de tal manera que cuando llovía las aguas se deslizaban cuesta abajo hasta llegar a la Calle Real y el ayuntamiento, los puntos más bajos y llanos por los que transitaba el arroyo. Se decidió entonces canalizar las aguas mediante una zanja de dos metros de ancha por metro y medio de profundidad que dividía el pueblo por la mitad, comunicándose a través de seis puentes a lo largo de su recorrido.
A finales de los sesenta la zanja se cubrió por completo, transcurriendo sus aguas por el subsuelo pero manteniendo las mismas dimensiones. En esos años no había aun agua corriente en la mayoría de las viviendas, pero en las tres décadas siguientes llegó el progreso y la construcción de nuevas viviendas y en casi todas las casas disponían ya de agua corriente en cocinas y baños, multiplicándose por mil el caudal de vertidos residuales en la antigua zanja, lo que reducía su capacidad de absorción de las aguas de lluvia. Habría sido difícil contener la tromba de agua que cayó con furia sobre Cebolla, pero lo que está claro es que hay que buscar soluciones para un problema que se repite cada vez con mayor frecuencia y ferocidad. Sin ser un experto creo que es de sentido común aumentar la canalización, ensanchando ampliamente la zanja y separando las aguas limpias de las residuales.
Por otro lado, se deben contener o desviar las aguas del arroyo de Sangüesa, que bajan de los montes de Sanchón para penetrar en el pueblo por el noroeste, donde se topan con todo tipo de obstáculos que las transforman en un tsunami cuando la lluvia es extrema. En el día grande de Cebolla se apagaron de repente los farolillos y quedó todo en silencio, como si la Virgen quisiera enviarnos un claro mensaje: está bien celebrar las fiestas y divertirse sanamente tras un duro año de trabajo, pero hay cuestiones prioritarias que deben ser atajadas cuanto antes por encima de cualquier otra, porque está en juego nuestra integridad física y nuestro patrimonio. Milagrosamente no hemos tenido que lamentar ninguna víctima mortal, pero este es un serio aviso que no debemos echar en saco roto.
Hay que levantar el ánimo, superar el trance cuanto antes y poner remedio para el futuro. Cebolla es un gran pueblo de gente afanosa y luchadora capaz de vencer cualquier adversidad.
Texto: Carlos Leopoldo García Álvarez