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Felipe Medina

Las cajas

Las cajas

miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h

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Antes de meterme en las cloacas, miserias e inmundicias que habitualmente trato en esta sección, deseo expresar mi sentido pésame a la familia de mi amigo Félix Gómez Gómez, un octogenario talaverano, de Velada que nos dejaba el pasado viernes.
Félix, fue un ejemplar taurino que en la actualidad ostentaba con orgullo, el carnet de socio más antiguo del Club Taurino Talaverano. Este vocacional del mundo del toro, militó durante varios años en el seno de la junta directiva de la entidad taurina que presidiera el genial e inolvidable Joaquín de Jaén “Quinito”. La infinita bondad de Félix, su especial carisma y la pasión por todo lo que representaba la tauromaquia, serán inolvidables para quienes tuvimos el privilegio de conocer a este hombre de bien. Desde estas líneas, mi amistad y pésame a la familia de Félix Gómez Gómez. Descanse en Paz.

Pero el mundo sigue y mientras abunda la crisis y la miseria se extiende hasta extremos insospechados, continúa con desmedido desdén la rapacería y malversación de políticos y tribus aledañas a cuanto esta a su alcance. Somos muchos españoles los que nos sorprendemos e indignamos ante los escándalos que emergen de algunas cajas de ahorro españolas radicadas en Castilla la Mancha, Galicia y Valencia, entre otras. No entendemos como los directivos de cajas arruinadas, a las que les faltan cientos de millones en sus fondos, se repartan decenas de millones de euros como indemnización por despido o por prejubilación, ni comprendemos cómo no intervino, para impedir ese expolio, el Banco de España, que es el organismo regulador del Estado.

La cuestión es que, los directivos conocen los oscuros secretos de las cajas y se se reparten el botín sin miedo a represalias porque saben que si hablaran y revelaran lo que saben los partidos políticos quedarían desacreditados ante sus electores y miles de cargos políticos quizás tuvieran que ir a la cárcel. Esa es la sucia razón por la que se les permite el expolio y ni siquiera se les obliga a devolver el dinero que se han llevado, una práctica que no es nueva y que viene sangrando a las cajas españolas desde hace un par de décadas.

Las cajas de ahorro españolas son el capítulo donde la delincuencia política y la ineficacia de los partidos, viene a ser más latente y escandalosa. Las cajas ya han desaparecido prácticamente, todas ellas víctimas de la ruina, del mal gobierno de los políticos y del abuso y el expolio al que, en mayor o menor grado, han sido sometidas por una casta política que, tras sentarse en sus consejos, al lado de sindicalistas insaciables, han gestionado mal y a veces han expoliado unas instituciones que eran una de las piezas más hermosas, justas y equilibradas del sistema financiero.

Hoy, aquellas cajas, creadas para hacer llegar a los más humildes las ventajas del sistema financiero, sin ánimo de lucro y dedicando sus beneficios a obras sociales y culturales, han sido destruidas, después de que la clase política y los sindicatos se sentaran en sus consejos, desplazaran a los profesionales, sustituyeran la ética por la indecencia y entraran a saco en los fondos disponibles.

El asesinato de las cajas de ahorro y las grandes canalladas que se han realizado en ese sector financiero no ha sido obra de un solo partido, sino de todos los que han gobernado, sin excepción, con especial culpabilidad de los dos grandes partidos, el PSOE y el PP. A las cajas las han expoliado y hundido los socialistas, la derecha, los nacionalistas y todo político local, provincial, regional o nacional que las haya tenido a tiro.

El sucio y delictivo festín de las cajas de ahorro ha costado a los españoles muchos miles de millones de euros. El expolio de las cajas y la delincuencia política que la ha protagonizado constituyen un inmenso lastre que, tarde o temprano, los ciudadanos tendremos que pagar con nuestros impuestos y privaciones.

Vivimos bajo la tiranía de gobernantes repugnantes y envilecidos y los ciudadanos nos sentimos estafados y engañados por una casta política sin escrúpulos y sin parangón. Y es que, sin lugar a ninguna duda, no hay pan para tanto chorizo.
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