Años atrás España dejó de ser una nación próspera para transformarse en un modelo destructor de empleo, generador de gasto desmedido, mal gestor de deuda y pésimo mediador y líder para el gobierno como la oposición...
Años atrás España dejó de ser una nación próspera para transformarse en un modelo destructor de empleo, generador de gasto desmedido, mal gestor de deuda y pésimo mediador y líder para el gobierno como la oposición. Marcado todo ello por la falta de credibilidad ante Europa y un sentir general pesimista inevitable cuando la atmósfera política es inestable.
Hoy, sucesivas citas electorales, el brote secesionista catalán y las fuerzas del cambio ya inmersas en el panorama político nacional, parecen reforzar la idea del cambio. Aunque, en este sentido, unas urnas más abiertas finalmente no han ayudado a decidir sobre los próximos cuatro años. Condicionado este resultado por una, tan diferente como inesperada, dinámica en el plano político, conciliador y negociador en nuestro país. Algo que no ha hecho otra cosa sino cargar de incertidumbre a una sociedad que se pregunta así si alguien será capaz de gobernar sin negociar y pactar. Demostrando que el crecimiento de la diversidad del mapa político de este país supuso un evento para el cual no estábamos preparados y del que, tan solo emergentes partidos de izquierda alternativa, sin hacer énfasis en la recesión y su gestión, no supondrían de por sí un medio paliativo eficaz ante el empobrecimiento político intelectual, ético y ejecutivo de nuestras instituciones a todos los niveles. Una vez también conocida la correlación entre economía y política, como elementos inseparables. Donde queda confirmado que dicho empobrecimiento supone un elemento de erosión democrática. Especialmente para aquellos sistemas que se encuentran en medio de ineficientes programas de recorte público motivado por el ineficiente funcionamiento del flujo estructural de los estamentos e instituciones, así como por el aumento de la carga fiscal. Medidas que, contrarias al contexto hipotético deseado, no han impulsado los índices de mejora de sectores motor de la economía, como el industrial, y tampoco indagado profundamente en estrategias para el desarrollo de educación, investigación e infraestructura, así como para el crecimiento del empleo. Esta vez sin necesidad de la destrucción puestos indefinidos y la contratación bajo precarias condiciones que no permiten garantizar en un futuro a corto y mediano plazo los estándares mínimos de calidad de vida y prosperidad de los muchos de ciudadanos y familias afectadas.
Héctor Cubelos Sánchez (21/08/2016).