Cuando la calor aprieta, y cómo aprieta en las tierras de la Mancha, en nuestras casas y vidas en general las costumbres cambiaban buscando adaptarse a unas temperaturas que obligaban.....
Cuando la calor aprieta, y cómo aprieta en las tierras de La Mancha, en nuestras casas y vidas en general las costumbres cambiaban buscando adaptarse a unas temperaturas que obligaban necesariamente a protegernos de ese enemigo llamado coloquialmente 'Lorenzo'. Los menús abandonaban cocidos y guisos contundentes, para dar paso a gazpachos, salmorejos, pipirranas, ajoblancos y cualquier condumio que refrescase unos cuerpos castigados por los cuarenta grados a la sombra. Aparecían también las sandías, los melones, las cerezas, sólo aparecían en su época, no como ahora que "gracias" a los cultivos bajo plástico y a la globalización se puede encontrar de todo en cualquier momento. Realmente era mucho mejor cuando las estaciones marcaban el ritmo de las cosas y no como ahora, en la que la omnipresencia de aires acondicionados y calefacciones convierten nuestros días en una burbuja aislada de la realidad.
Esos calurosos meses nos bendecían con la apertura de uno de los inventos más maravillosos jamás concebido para el ocio humano: el cine al aire libre. Por desgracia, como tantas otras cosas, lo digital ha extinguido ese mundo mágico del cine de verano. Tras una cena ligera acudíamos raudos a ocupar el sitio que más nos agradase, teniendo en cuenta que la presencia de la luna y las estrellas, inhabilitaban la existencia de la pícaramente conocida como "fila de los mancos".
Esas noches de cine, películas de las que poco importaba la calidad porque lo importante era la compañía, la proyección era la excusa para alargar el día lo máximo posible y dormir finalmente agotado tras toda una jornada vivida intensamente.
Noches de ventanas abiertas, olores a frito, conversaciones en voz alta y en la radio sonando permanentemente la canción del verano. Noches de sillas en las puertas constiyuyendo auténticos senados del pueblo, en la que los pequeños escuchábamos a nuestros mayores, momentos de aprendizaje, de rememorar pasados aún presentes y que nosotros sólo conocíamos lejanamente.
Esos veranos de grillos y chicharras, de tinto con gaseosa (no de verano), de bicicleta y pantalón corto, de trofeos de fútbol y ferias. Esos veranos no son éstos. Nosotros no somos aquellos para bien o para mal. No importa, otros veranos vendrán, lo importante es estar, que estemos.