No sabía vivir sin veneno. Cada día su dosis. Así un griego de los tiempos de Maricastaña de quien el Jesuita Baltasar Gracián me contó, no importa el dónde y el cuándo, una de sus rarezas.
No sabía vivir sin veneno. Cada día su dosis. Así un griego de los tiempos de Maricastaña de quien el jesuita Baltasar Gracián me contó, no importa el dónde y el cuándo, una de sus rarezas. Mitrídates VI el Grande, el rey del Ponto, bebía veneno cada día en pequeñas dosis para crear anticuerpos y evitar morir envenenado.
Con permiso de Baltasar Gracián, un jesuita español perseguido por los unos y por los otros, especialmente por los suyos, así hoy y casi siempre en las campañas políticas electorales:
Rajoy, Iglesias, Sánchez y Rivera no saben vivir sin su veneno y, por ese orden y por diferente contraventana, ingresan en el laberinto ilustrado de Baltasar Gracián: “Saber qué cualidad nos falta”, “No escucharse uno mismo”, “Saber aparentar ignorancia”, “Soportar las bromas pero no gastarlas”, “Convertir los premios en deudas de gratitud”, “No amar ni odiar eternamente”, “Saber un poco más y vivir un poco menos”, “No ser del último que llegue”, “No empezar a vivir por donde hay que terminar”, “No explicar las ideas con demasiada claridad”, “Ir siempre prevenidos”, “No llegar nunca a la ruptura”, “No descuidarse nunca” y, para no dejar en trece los mandamientos del saber de Gracián aquí elegidos, añado tres más de entre los trescientos que propone el sabio aragonés: “Saber olvidar”, “Adaptarse a la ocasión” y “No presumir, sino hacer”.
En este Vado Permanente, propongo una llamada personal al teléfono de la esperanza de Mitrídates y degustar el veneno que todos escondemos en algún rincón del alma donde tenemos las penas
que nos dejo su adiós,
donde
se aburre aquel poema
que nuestro amor creo, donde faltan las presencias
que el tiempo nos robó, donde se guardan los fracasos
que el tiempo nos brindó y
donde parece mentira
encontrarnos tan solos mientras se aburre aquel poema
que nuestro amor creó.