Crónicas Políticas
miércoles 13 de enero de 2016, 11:43h
Si algo ha quedado claro en las pasadas elecciones generales ha sido el triunfo del fracaso en todos los ámbitos.
En primer lugar el fracaso de los que siempre han criticado al sistema electoral por favorecer el bipartidismo e impedir que otras fuerzas políticas irrumpan con fuerza en el congreso.
No hay más que mirar cómo ha quedado el parlamento para evidenciar que no era del todo cierto.
Fracaso del PP que ha pasado de tener una mayoría absoluta aplastante y apisonadora, a ser una fuerza mayoritaria pero con muy pocas posibilidades de aglutinar apoyos que permitan que gobierne.
Fracaso del PSOE que tras la debacle de 2011 no supo reaccionar a tiempo, y por mucho que parezca que ha salvado los muebles permaneciendo como segunda fuerza, lo cierto es que ha perdido 20 diputados y obtiene el peor resultado de su historia democrática.
Fracaso de Podemos que instalados en la superioridad intelectual y convencidos de la remontada se han quedado detrás del PSOE en más de 20 diputados, y eso que hicieron todo lo posible por eliminarlo.
Fracaso de Ciudadanos que se veía como el gran mirlo blanco y se ha quedado en una fuerza testimonial que no puede formar gobierno con nadie por sí sola, y se supone que tampoco apoyará un gobierno pactado con nacionalistas ni con Podemos que también defiende el derecho de autodeterminación.
Y fracaso también de esos adalides de la democracia que desprecian al electorado andaluz y extremeño por haber apoyado al PSOE y alaban al vasco y catalán por haber apoyado a Podemos con un simple 25% de los votos. La estupidez a veces tiene colores muy dispares.
Y el resultado de este fracaso colectivo obligará a tragar mucha saliva, olvidar dogmatismos “inaplazables e imprescindibles” y ponerse a construir un proyecto que aglutine a las mayores sensibilidades posibles o de lo contrario nos veremos abocados a unas nuevas elecciones dentro de dos meses. Y no sé, pero algo me dice que no está el país para perder mucho más tiempo.