La orilla derecha
miércoles 13 de enero de 2016, 10:52h
Hoy, cuando escribo el artículo, seis de diciembre, fecha en la que celebramos el aniversario de nuestra Constitución, vuelvo la vista atrás en un intento de valorar sus casi cuarenta años de vigencia, quizáse en un afán excesivo, pero seguro indispensable para juzgar con criterio el statu quo de esta España en la que vivimos.
Decía el tango que veinte años no es nada y en la historia de una nación casi cuarenta son poco más que nada, pero en el caso de los últimos aquí vividos, si han supuesto un salto cuantitativo y cualitativo para todos los españoles. Proliferan ahora los falsos profetas que se dedican a predicar un el apocalipsis, anuncian el fin de nuestra era política, eso si, instalados en la confortabilidad de una vida cómoda, casi regalada, de la que disfrutan gracias al sistema que critican airadamente intentando, y desgraciadamente consiguiendo a menudo, destruirlo en aras, falsariamente, de su regeneración. Estos mensajes post milenaristas defienden su modernidad cuando no dejan de ser un intento de reeditar las estrategias leninistas para alcanzar el poder. Son jóvenes de edad, algunos, pero viejos de ideas, y se aprovechan del desconociento general sobre la historia para embaucar a las capas más jóvenes de nuestra sociedad y hacer cierto lo que no deja de ser una gran falacia: qué vivimos en un sistema político fallido.
A pesar de ellos, España y sus ciudadanos gozan de un nivel de libertades envidiable, no como en los paises en dónde ellos cobraron por asesorar a liberticidas. Esa es su especialidad. Tras una durísima crisis económica la sociedad se ha mantenido en unos niveles de bienestar muy superiores a los paises de nuestro entorno. La educación, la sanidad, las pensiones, etc. ofrecen cotas que comparadas seriamente nos dan los puestos de cabeza. Nuestra economía sigue, a pesar de todo, siendo pujante en el contexto internacional, pero contrariamente lo quieren crear un estado de ánimo basado en el miedo, el temor y la desesperación. Pretenden vender su mensaje tomando unas cañas de cerveza frente a las cámaras a la vez que realmente intentan extender interesadamente su discurso derrotista. Su mensaje nace del resentimiento y el miedo, pues rechazan reconocer que no somos una sociedad preindustrial ni existe una famélica legión que pueda imponer su dictadura.
El próximo día 20 celebramos de nuevo elecciones, el pueblo manifestará su voluntad con la única forma que ha demostrado eficacia: la democracia parlamentaria. Ellos dan por muerto este sistema, en el que la voluntad popular se canaliza a través de los partidos políticos. Cualquier otra fórmula se ha demostrado un engaño, un eufemismo para esconder la dictadura y la opresión.
Miremos atrás y hacia delante, tengamos en cuenta lo que cada uno realmente defiende y a quien se apoya en quien. No nos dejemos engatusar con caramelos envueltos en celofanes de modernidad que esconden deseos de tiranía y opresión. Es fácil discernir, sólo con ver quienes se sienten cercanos a Francia, Alemania o Gran Bretaña y quienes a Venezuela, Cuba o Ecuador. Dos modelos opuestos. Tan opuestos como la democracia y la dictadura.