Javier Fernández
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
Maestro, veterinario, publicista o farmacéutico fueron algunas de las profesiones que llamaron mi atención durante mi vida de estudiante, aunque finalmente la de periodista fue la que despertó mi verdadera vocación y a lo que, gracias a Dios, tengo la oportunidad de dedicarme en el día de hoy.
Trabajar sin vocación debe ser igual de lícito, pero la satisfacción y el bienestar que deja al final de cada jornada, en mi caso después de cada edición, no será nunca la misma. Al menos hablo por mí, ya sabéis que no me gusta generalizar. Hay ocasiones en que la vocación es casi tan importante como la formación en el ejercicio de una profesión. Ese debe ser el caso de los sanitarios, ¿alguien se imagina que alguno de estos profesionales de la sanidad esté trabajando por dinero, por prestigio o por descarte? Desgraciadamente yo creo que sí. Vamos a ponernos en un supuesto del que tuve constancia recientemente. Usted tiene un familiar muy cercano ingresado en una situación irreversible, reclama la asistencia de una enfermera y ante el nerviosismo de los presentes por las circunstancias, ésta hace uso de una irónica superioridad diciendo a los familiares que lo que tienen que hacer es asimilar el desgraciado devenir de la enfermedad. Ante la mirada de ira de los receptores de ese desafortunado e inhumano comentario, en su siguiente visita aparece acompañada de otras compañeras insinuando que pudiera ser increpada. Nada más lejos de la realidad, las buenas personas siguen haciendo su papel y las malas nunca abandonan el rol más despreciable que pueden interpretar. Por desgracia, no me estoy inventado nada y esta historia es tan cierta como que yo la he reproducido y ustedes la están leyendo. Se supone que mi vocación debe ser la de informar, la de comunicar, la de estar siempre con un sexto sentido filtrando información o pendiente de las noticias, aunque esté de vacaciones. Los profesionales sanitarios, que tienen toda mi admiración, respeto y adoración, además de un título merecidísimo tienen que ser muy humanos y saber que delante de sí tienen a personas, no a enseres hospitalarios de usar y tirar. Por suerte, tengo la fortuna de tener entre mis familiares y amigos a grandes ejemplos de esto que estoy diciendo; pero para admirar a estos trabajadores tienes que conocer ciertas excepciones como la que he comentado. Lástima que el final de la historia no sea como el de los títulos de Walt Disney, pero ahí estaremos todos los que tenemos un gran corazón para paliar en la medida de lo posible los estragos de las leyes de la vida; mientras que otros espero que lean estas líneas para ver si su alma de hierro se refunde con el calor de esta fragua de palabras. Yo termino haciendo apología de la unión entre seres queridos como única arma para mirar al frente y seguir caminando teniendo el pasado siempre muy presente.