HISTORIA REAL
ESTRÉS POS TRAUMÁTICO Y NUESTRA CAPACIDAD DE RECOMENZAR
He iniciado el proceso, el camino hacia la ilusión, hacia el interés por la vida y este proceso es ya "imparable" en mí.
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
Desde aquí quiero mostraros, describir como las personas tenemos la fortaleza, la capacidad de superar el dolor. Una facultad que poseemos absolutamente todos, aunque en alguna ocasión podamos no ser consciente de ello.
A veces no podemos elegir, lo que en la vida nos toca vivir, pero sí, podemos elegir y modificar conductas que no nos dejan avanzar. Es posible comenzar tantas veces sea preciso. Sólo que hay que animarse a atravesar el cambio. Dejarse ser.
A lo largo de la vida las personas sentimos muy profundos afectos, amor hacia los padres, hermanos, pareja, amigos. Pero lo que más uno siente, la ocasión en la cual la entrega es total es hacia los hijos, acaparan espacios, sueños, tiempo cuidado y todo lo que uno es capaz de dar.
Cuando un hijo llega, comienza el desafío de cuidarlo, educarlo, protegerlo, los padres iniciamos el camino de nuestra formación, la gran oportunidad de amar sin límites. Todo podemos considerarlo, excepto quedarnos si ellos.
El dolor que se siente frente a la pérdida de un ser querido es indescriptible, pero no hay duda, un de los más grandes que podemos experimentar es con la pérdida de un hijo.
Hace 15 años, mi primer hijo de 3 años fue diagnosticado de cáncer (leucemia). Cuando uno recibe una noticia así, te sientes impotente, confundido, empiezan a aparecer sentimientos de miedo, rabia... después te vas concediendo un tiempo de calma en el cual vas asimilando la noticia, y vas viendo en la nueva circunstancia en la que te encuentras, y piensas que en ese preciso momento era cuando mi hijo más iba a necesitar de mi apoyo y podría estar más sensible a mi estado de ánimo. Por lo que decidí aceptar la realidad y acompañarle en su enfermedad con el mejor ánimo posible y con la ilusión de su posible curación. Fueron dos duros y largos años de enfermedad en la que además tuve que estar separada de mi segundo hijo, de un año ya que me pasaba la mayor parte del tiempo en el hospital. Imaginaros no sólo tenía que vivir la enfermedad de mi primer hijo sino también la separación del segundo. Tras un trasplante de médula ósea en el que a pesar de ser yo su donante no logró superar. Mi hijo falleció con tan sólo 5 años
Fueron estos unos tiempos de mucha tristeza, en donde el dolor que sentía, debido a la separación tanto física, mental y emocional de mi hijo, me impedía aceptar esa gran separación, ya que mi vida estaba construida en función a esa relación mantenida.
Poco a poco fui tomando consciencia, de que tenía otro hijo, mi segundo hijo que necesitaba de mis cuidados y protección y eso me animaba seguir adelante, decidí tener dos hijos más y cuando parecía que mi vida volvía a tener sentido. La vida me volvió a jugar otra mala pasada. Hace tres años, una simple llamada telefónica (112) volvió a cambiar mi vida. Mi segundo hijo de 15 años, al que anteriormente mencioné y del que tuve que estar separada por un tiempo debido a la enfermedad de mi primer hijo, salió con sus amigos como otros tantos días, con la mala fortuna de sufrir un desmayo en mitad de la calle. Los equipos de emergencias estuvieron más de dos horas haciéndole la RCP, sin éxito. Dada en la circunstancia en la que se presentó el acontecimiento, hizo que en todo este proceso de reanimación estuviese presente, lo cual me dio cierta tranquilidad al comprobar que los equipos de emergencias hicieron todo lo posible en intentar salvar la vida de mi hijo. Finalmente mi hijo falleció de una parada cardíaca de la llamada (Muerte Súbita del Deportista).
Esta es una de las cosas de la vida que uno quisiera cambiar y no puede. El dolor que sentí es indescriptible. El mundo se me vino encima, todo perdió sentido, junto con la sensación de que jamás saldría del pozo en el que me había caído. Todo era tristeza, todo era dolor...
¿Cómo seguir viviendo después de este gran dolor?
Esta era la gran pregunta que me golpeaba una y otra vez. Como dice Jorge Montoya (2002) el dolor que se siente frente a la pérdida de un ser querido es total, duele el pasado, duele el presente, y especialmente el futuro, toda la vida en su conjunto duele, pero a mí no sólo me dolía, sentía que lo había perdido todo, el pasado, el sólo intentar recordar momentos del pasado en el que había estado presente mi hijo me llenaba de angustia, mi presente estaba lleno de tristeza y desesperación y mi futuro era aterrador estaba lleno miedos e incertidumbre, porque pensaba que a mis otros dos hijos les podía pasar lo mismo que a su hermano, fallecer de una muerte súbita.
La gran crisis emocional que padecía, me impedía ver, aceptar los grandes cambios que se habían producido en mi vida. En los meses sucesivos atravesé varias fases de evitación de aislamiento y nihilismo qué sentido tenía la vida ya para mí, si mi hijo no iba a formar parte de ella.
Como no quería que mis hijos y mi familia sufrieran de cara a ellos empecé a interpretar el papel de que a pesar de todo yo me encontraba bastante bien, además ellos también estaban sufriendo por la pérdida de mi hijo, no querían que también sufrieran por mí. El tiempo transcurría... poco a poco empecé a tomar consciencia de que esta actitud no la podía mantener más, y a pesar de mi tristeza, de mi abatimiento, empecé a darme cuenta de que tenía dos hijos más, a quién darles mi amor y mi protección, tenía muchas personas alrededor a quien quería, no podía seguir ahogando mi angustia para sostenerlos a ellos, ese no era el camino. En algún momento, en medio de esta crisis emocional, se instaló una luz de esperanza, se impuso en mí la necesidad de "vivir", de vivir con la ausencia de mi hijo, de mis hijos.
Este fue un proceso en el que atravesé distintas fases. En este proceso, en de la elaboración de mi duelo, tengo que decir que desde el primer instante al fallecimiento de mi hijo recibí los primeros auxilios psicológicos y posteriormente viendo que la situación me desbordaba, seguí una terapia de orientación cognitivo conductual, la cual me proporcionó las herramientas y los recursos necesarios para adquirir cierto control de la situación y de mis propias emociones. En esta terapia, he descubierto, he aprendido, que frente a la muerte de mi hijo, de mis hijos no había respuestas tangibles, pero frente al dolor si las había, eran las respuestas emocionales y decisiones que tomase mientras vivía el duelo.
El proceso del duelo no tiene un tiempo cronológico, tiene un tiempo interior, en el cual vamos atravesando distintas fases, es un proceso fundamentalmente emocional, es un proceso activo en el cual tenemos que comprometernos y no pensar que el tiempo lo cura todo. En el duelo, el tiempo es neutral, ni quita ni pone. Lo importante es lo que cada persona hagamos en este tiempo y con qué valores y actitudes respondamos. Hay una etapa reparadora, significa no olvidar, no negar, vivir con el recuerdo cariñoso de quien hoy no está y con nuestro propio proyecto de vida.
la vida es un proceso dinámico y cambiante, no existe nada inmóvil. Las personas nos vamos modificando en la interacción de nuestro entorno cambiante. Poseemos la capacidad de avanzar en la dirección de nuestra propia madurez, la capacidad para comprender aquellos aspectos de nuestra vida y de nosotros mismos que nos provocan dolor o insatisfacción, esta "capacidad de comprensión" hace que seamos capaces de reorganizar nuestra personalidad en relación con la vida y que seamos capaces de nuestro crecimiento o nuestra autorrealización.
La experiencia me ha enseñado, que poseemos los recursos, la fuerza psicológica y las habilidades necesarias para a hacer frente de los desafíos de la vida.
Anónimo.