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José Cardona

Paradigmas y modelos en educación: diferencias conceptuales

Paradigmas y modelos en educación: diferencias conceptuales

miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h

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La literatura pedagógica abunda en la ambigüedad conceptual cuando trata esta cuestión, estableciendo, en no pocas ocasiones, una errónea equivalencia de significado entre paradigma y modelo.
De manera que se ha llegado a decir por algún autor que un paradigma es un modelo para la solución de problemas específicos; esto, con todos nuestros respetos para quien esto afirma, es crear, no resolver, un problema desde una falta de rigor conceptual al considerar como sinónimos los significados de modelo y paradigma
Es frecuente escuchar, en conversaciones populares, expresiones como éstas u otras muy similares: Esa persona es ejemplar, su comportamiento resulta modélico; es como un paradigma a imitar por todos nosotros. Con ellas se quiere dar a entender que la conducta de dicho individuo es digna de ser imitada por los demás; y en ese contexto popular o vulgar, lo modélico y lo paradigmático aparecen como equivalentes en su significado, se aceptan y entienden como sinónimos.

Pero esto que admitimos en el lenguaje doméstico, que se acepta como válido en una comunicación de calle, no autoriza su extrapolación al lenguaje científico, porque desde ahí comenzamos a no entendernos, a introducir equivocidad en los mensajes y a impedir su adecuada decodificación por parte del receptor. Cuando se hace ciencia, por tanto, conviene ser rigurosos en la terminología y guardar adecuada fidelidad a los conceptos si queremos que el conocimiento fruto de la investigación sea comunicable en sentido estricto. Y esta es, como todos sabemos, una condición imprescindible del conocimiento científico.

Asumimos como modélico aquello, que por su naturaleza moral, es digno de ser imitado por los demás, que constituye el adecuado espejo donde mirarnos, que es un referente para nuestra conducta, una pauta a seguir, un patrón de comportamiento para los demás. El modelo es un recurso valioso en la educación, en la enseñanza y en el aprendizaje; y en la formación; y en la vida. Ya lo consideraba así Columela (De re rustica, 11, 1, 4) cuando afirmaba: Nihil recte sine exemplo docetur aut díscitur (Sin el ejemplo, nada se aprende o se enseña bien).

El paradigma, sin embargo, trasciende al modelo. Lo paradigmático es sustancialmente distinto, además, presenta mayor extensión conceptual que lo modélico, porque el primero fundamenta y explica al segundo; es decir, lo sitúa y justifica en una concepción axiológica determinada, en una específica concepción del mundo y de la sociedad. Pensemos en este ejemplo: una persona beatificada es un modelo a seguir por los cristianos en tanto que vivió ejemplarmente los valores del cristianismo. En este marco, el santo es el modelo, el cristianismo es el paradigma: cristiano y cristianismo son conceptos diferentes, no equivalentes necesariamente en su significado, por lo que no pueden hacerse similares por su extensión conceptual.

En la línea apuntada en los párrafos anteriores, podemos concluir que con la palabra paradigma nos referimos al marco de referencia ideológico, a un contexto conceptual y axiológico que utilizamos para interpretar una realidad. Sin embargo, por modelo se ha entendido por algunos (y a mi juicio, bien), como una representación a escala reducida de alguna cosa desde la necesidad de comprender, mediante un proceso restrictivo de adecuada desabstracción, una realidad concreta, y así poder actuar sobre ella de manera operativa.

Concluyamos ya diciendo que la función de un paradigma es servir de instrumento para una percepción-concepción determinada de la realidad, bien sea global o parcial de la misma, mientras que la del modelo se sitúa en facilitar una representación concreta, y más práctica, aunque un tanto idealizada a veces, de esa concepción más general de la mencionada realidad.
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