Seguro que recuerdan el famoso lema de aquel ancestral anuncio televisivo de un mayordomo llamado Tomás que se esmeraba en hacer la prueba del algodón a las paredes de la casa de su servicio. “El algodón no engaña” decía mientras pasaba un pedazo de ese preciado material por el azulejo verde la pared de la cocina.
Les traigo esta similitud a cuento del balance del primer año de legislatura que hacen por estas fechas gobiernos locales y provinciales henchidos de bienaventuranzas y loas propias a lo hecho en 365 días. El mundo de luz y color es absolutamente maravilloso.
Pero, ¿es en realidad así o en este primer año se han dejado de hacer bastantes más cosas que las que se predican? Realmente, como asegura un experimentado amigo funcionario, el papel lo aguanta todo pero si pasamos el algodón…
Estos primeros doce meses, sobre todo para los advenedizos que han sido recién bautizados, son de aterrizaje y comprobación del costumbrismo, aunque algunos lo del aterrizaje se lo toman muy a pecho y se llegan a comer más tierra que otra cosa.
Entre lo urgente y lo importante generalmente suelen elegir lo primero por aquello de sacar brillo a sus concejalías o sillones de diputado y que se les vea en las fotos como los revolucionarios de la cosa.
Otro cantar está en el diario de a bordo, porque a partir de ahora ya no valen las excusas de la herencia recibida. Ya las cargas van con el cargo y las responsabilidades son del cien por cien. Además, los proyectos (si existen) han de plantearse y ejecutarse. Si no, caminamos hacia el muy deficiente de la antigua EGB.
Algunos gobiernos ya se han puesto manos a la obra, han entendido el mecanismo funcionarial y han sacado a pasear su genialidad para ir haciendo camino al andar. Otros, sin embargo, con mantener su figura de mimo diario tienen suficiente. No se avergüenzan de su propia inoperancia y prefieren huir hacia delante o excavar más hondo en su propia sepultura para intentar esconder su inutilidad.
¿Saben cuál es el problema? Que la ciudadanía es impaciente, implacable y, en ocasiones, se coloca la capucha de verdugo demasiado pronto como para andar con bromas. Sobre todo porque aunque te vistas de punta en blanco o dejes de comer sandwich para guardar la línea, los ciudadanos son los que portan ese algodón que nunca engaña y están dispuestos a pasártelo hasta por la misma cara.