OPINIÓN

Vasallos y Señores

La Conjura de los Necios

Aunque pueda parecer desmesurado, hay muchos interrogantes y la pregunta de si seguimos siendo ciudadanos o súbditos

Jorge Molina Sanz | Miércoles 26 de junio de 2024

Nuestros amigos siguen con sus hábitos y, mirando al mar, el viejo marino comenta:

—Hablábamos de estereotipos políticos y podríamos no acabar, aunque en estos días resuena en mi cabeza aquello del Cantar de Mio Cid: "Dios, ¡qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor!".

Aquello que se escribió en los albores del siglo XIII, ocho siglos después, bien se podría reescribir con un "Dios, ¡que buen país! ¡si tuviera un buen señor!".

Siempre, desde el gobierno de Felipe González, todos los presidentes han manoseado la Constitución en beneficio propio y en la mayoría de las ocasiones en detrimento para los ciudadanos.

La pregunta sería, si estamos sólo ante la mediocridad política, la falta de visión de Estado o sencillamente en un desvergonzado asalto del poder, tanto nacional como independentista, para reventar las costuras con las que se hizo el «traje» de la Constitución, para desprotegernos y dejarnos desnudos, con las vergüenzas al aire, sin ningún rubor.

Con el añadido de venderlo como que todo se hace para los ciudadanos, en aras de una gobernanza más social, más pacífica y para proteger a los más desfavorecidos.

La joven profesora añade:

—Esto me evoca al historiador inglés, Arnold J. Toynbee: "Una nación permanece fuerte mientras se preocupa de sus problemas reales, y comienza su decadencia cuando puede ocuparse de los detalles accesorios".

En los últimos tiempos, tan convulsos e inciertos, con grandes retos de futuro que, seguramente, pondrán a prueba a más de una economía, en nuestro país nos dedicamos a temas accesorios, magnificándolos y poniéndolos en el centro del debate, mientras se ocultan o pasan de soslayo aquellos que, más pronto que tarde, serán los asuntos relevantes y nucleares en nuestra sociedad.

Todos recordaremos aquellos "brotes verdes" y la "champions leagu" de aquel R. Zapatero que ahora se presenta en mítines y entrevistas como un discurso entre redentor o vendedor de biblias.

En la política actual hay una capacidad innata —no les restemos méritos— para introducir eslóganes y mensajes más propios de aquella Arcadia feliz, que recrearon poetas y artistas.

Dice el marino:

—Lo reconozco, son imbatibles.

No obviemos el obsceno espectáculo, al que estamos asistiendo con el Tribunal Constitucional.

Se daba por sentado que los jueces son los que interpretan las leyes para dictar sus sentencias, siendo su instancia superior el Supremo, y que las potestades del Constitucional eran verificar que las leyes se ajusten a la Constitución, pero no la de interpretar las sentencias, cuando éstas se han ajustado a los procedimientos judiciales y revisadas en todas las instancias.

Sigue la profesora:

—Aquí es donde entran las famosas «teorías interpretativas del derecho», tan queridas por su presidente Conde Pumpido, convirtiendo al Constitucional en un Tribunal de casación y de última instancia. El «polvo del camino», sería mejor dejarlo para la intimidad, aunque no sea lo que predomine en su casa.

En medio de esta sensación de parcialidad y subordinación, habrá que sumar el innoble, sumiso y agradador comportamiento de García Ortiz, nuestro inefable Fiscal General del Estado.

Teóricamente, la fiscalía es una institución independiente, con autonomía funcional e integrada en el Poder Judicial, aunque el Fiscal General lo nombre el gobierno. Por esa causa, su figura, siempre ha contado con mayor o menor contestación e intentos de manipulación, más nunca se había llegado a estos niveles de descaro, subordinación, falta de decoro y respeto a las formas.

Cuando en un país los órganos que se integran dentro del Poder Judicial tienen una respuesta tan espuria y un sometimiento al gobierno tan visible, se empieza a perder calidad democrática, y si no se cambia el rumbo, en ese proceso nos encaminaremos.

Sólo cabe esperar que las aguas vuelvan a su cauce, aunque construir es una labor lenta en la que hay que emplear mucha inteligencia y empeño, pero derribar lo logrado se hace con mucha más facilidad y, en la mayoría de los casos resulta irreversible.

No olvidemos aquella frase de Heráclito de Éfeso: "nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña".

Añade el marino:

—En estos momentos hay otra variable en la ecuación que no se debería olvidar.

Tal como señalaba, rememorando el poema de Mio Cid, allá en la Edad Media, había hombres libres que no eran siervos, pero que tenían que indemnizar al amo de la propiedad si abandonaban la tierra que cultivaban, en el fondo era como si compraran su libertad.

Eran los "siervos de la gleba" y los "pagesos de remença" en Cataluña. En la actualidad esas etiquetas son anticuadas y usarlas podrían tacharse de desmesuradas y desmedidas, aunque en nuestro imaginario colectivo podemos inferir que, el uso torticero de las instituciones, viendo políticos que gozan de total impunidad, que se hacen leyes para borrar sus delitos y que se han convertido en una casta privilegiada y al margen de la sociedad.

Parece que han convertido a los ciudadanos en simples vasallos.

Aunque no se debe olvidar que, todos ellos, están en ahí, en los órganos de poder por la aritmética de las urnas.

Además, con la paradoja de que se les llena la boca de tópicos manidos e infantiloides, acusaciones de psicología inversa y la tan raída metodología para aleccionar y adoctrinar, pero que les sigue reportando sus frutos.

Hoy nuestra joven profesora concluye:

—Aunque suene cruel, mientras tengamos tantos "pagesos de remença" y "siervos de la gleba" costará derribar ese muro imaginario que anuncio el presidente Sánchez y se seguirá con el vasallaje.

La buena noticia es que, "sarna con gusto no pica".

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