NUESTRA GENTE

Labranzas de la Jara

Labranzas en la Dehesa de Castellanos. Arturo Castillo Pinero, 2024

REPORTAJE

Escrito por Ana María Castillo Pinero

LVDT | Miércoles 22 de mayo de 2024

Belvis de la Jara es tierra de labor y de labranzas. Sembrando el paisaje de cal blanca, surgen las labranzas de canto, madera y tapial, alegrando los parajes de raña y las vegas de los ríos. La mayoría de labranzas de Belvís, tal como las conocemos en la actualidad, nacen a raíz de los procesos socioeconómicos de los siglos XIX y XX. Gracias a los cambios en la propiedad, resultado de las diferentes desamortizaciones, algunos belviseños pudieron tener acceso a la tierra, pasando de ser colonos, es decir, trabajadores de la tierra en régimen de arrendamiento, a ser labradores, propietarios de la tierra que labraban. Las grandes extensiones pertenecientes al clero y a la nobleza, cambiaron de manos, apareciendo en la comarca de la Jara una nueva clase social consolidada como la élite del momento. Este es el caso de lo sucedido con la antigua Dehesa de Castellanos, tierra excelente de labor de unas 4800 fanegas, que en origen perteneció a la realeza y posteriormente, al convento de Santa Catalina de la Orden de los Jerónimos de Talavera.

Durante el Trienio Liberal, en el año 1821, se reunieron los Alcaldes de la Herencias, Alcaudete y Belvís, elevando una petición al Congreso para que subastara estas tierras nacionalizadas en pequeños lotes, y así poder acceder a su compra los campesinos. En representación de los colonos de Belvís firmaron Juan García de las Heras, Dionisio del Valle, Julian de Cáceres, Bartolomé Díaz Toledano y Juan de Bodas. En 1823 se volvió al absolutismo y se paralizó el proceso. En 1835, con la desamortización de Mendizabal, la Comisión Subalterna de crédito público de Talavera, tomó otras decisiones. La gran Dehesa de Castellanos se fragmentó en grandes quintos, y salieron a subasta fincas de unas 500 hectareas conocidos con los nombres de Aguilera, El Viñazo, El Torno, Cascajoso, Las Golillejas, La casa de la Torre y Las Monjas, por lo que los colonos quedaron al margen al no poder asumir su coste. En un primer momento estas tierras fueron adquiridas en su mayoría por diputados y gentes que ostentaban distintos cargos en la administración. A partir del año 1928, un siglo después, fue cuando algunos belviseños que eran colonos, pudieron tener acceso a crédito y comprar estas fincas, por un precio bastante más elevado que por el que fueron subastadas. La mayoría de casas de labranza fueron construidas, rehabilitadas o ampliadas a partir de este momento, símbolo del optimismo de una nueva era socioeconómica en Belvís.

Poco duró la alegría del momento. La devolución de los créditos fue un proceso largo y penoso. Sólo ocho años después de haberlas adquirido, en agosto de 1936, la mayoría de estos propietarios fueron asesinados con motivo del estallido de la revolución agraria, y las labranzas fueron utilizadas como casa cuartel y arrasadas durante la Guerra Civil. Los comienzos fueron duros, pero un siglo después, continúan en pie las labranzas de Belvís. Esto no es por azar, sino que es fruto de su capacidad de adaptación a los tiempos, y de un concienzudo y funcional diseño arquitectónico.

Desde su nacimiento, la labranza surge como unidad de producción agraria viva, y se establece como motor económico de la zona. Pero no solamente la labranza es un lugar para el trabajo, sino que se convierte en una forma de vida para muchas familias que residen en ella, y que, de alguna manera son una comunidad, en la que se dan todo tipo de relaciones humanas. La casa de labranza es como la vida misma, es un espacio vivido para la labor de la tierra. Podemos decir que existe una cultura de labranza manifestada en útiles de trabajo, mobiliario, costumbres, artesanías, gastronomía singular, canciones, refranes, y un elenco de conocimientos compartidos por las personas que han vivido esta experiencia.

La casa de labranza carece de estéticas innecesarias. Se levanta sobre sus eras empedradas de canto rodao y ladrillos de barro cocido. Los muros son de tapial hecho de adobe y los techos de grandes vigas de madera traída de la Sierra de Gredos. El material del entrevigado suele ser cañizo o tablas ripias. La mayoría de las cubiertas son a dos aguas, con tejados poco inclinados y rematados con tejas árabes. Es por tanto un tipo de edificación sostenible, económica y se plantea como una solución práctica al problema del desplazamiento (en la época en la que se construyen las casas de labranza los caminos eran difícilmente transitables y no existían medios de transporte adecuados). Las mujeres embarazadas normalmente se iban a dar a luz al pueblo a la casa de sus madres, pero regresaban a los pocos días con el recién nacido, por lo que algunas personas no han conocido más vida que la de la labranza, sólo salieron de allí para nacer y para morir.

A pesar de su estilo rústico y sobrio, la arquitectura anónima de la casa de labranza es pura belleza, y a la vez racionalidad. Nada sobra en ella, todo se aprovecha y obedece a un fin. Cualquiera de sus dependencias recoge el saber de varias generaciones de hombres de campo y albañiles de la tierra que dominan a la perfección el aprovechamiento del espacio y la protección frente a la dureza del clima. La labranza es una construcción completa, pero nunca acabada, siempre se puede modificar, añadir o derribar, en función de las necesidades de producción y habitabilidad del momento. Se construye lo que se necesita con rapidez, utilizando materiales el entorno, y cuando se derrumba, todo vuelve a la tierra sin perturbarla.

La casa de labranza de la Jara hereda la distribución de la villa romana. Se ubica estratégicamente resguardada de los fuertes vientos, en zonas no muy elevadas. Toda ella discurre en torno a uno o dos patios centrales, que son su seña de identidad. El patio y la enramada son a la labranza, lo que la plaza y los soportales, al pueblo. Al patio se accede por un portón con buen cerrojo. Suele ser una explanada grande empedrada de forma cuadrada o rectangular, para facilitar el giro de carros y maquinaria. Se encuentran en el patio, el pozo y el pilón para el suministro de agua a las personas y a los animales de tiro, que tras una larga jornada de trabajo descansan en la cuadra.

En la enramada se resguardan de la intemperie aperos, montura, yuntas y también sirve de refugio a las gentes para lidiar con las temperaturas del verano y las lluvias del invierno. Desde el patio se accede a las dependencias de almacenamiento de grano, bodegas, establos y a las estancias ocupadas por los gañanes, pastores y otras personas que pueden estar temporalmente en la labranza como esquiladores o segadores. En las labranzas cercanas a ríos y regueros hay palomares que se erigen en una segunda planta, a la que se accede mediante una escalera en el patio, como si de una torre vigía se tratara. Muy importantes son los pajares que rodean y encierran la labranza, cuanto más grandes, más productivas son las tierras, y más cabezas de ganado pueden sostener. En zona un poco más reservada se encuentran las casas del dueño de la finca y del guarda, persona muy relevante en la vida de la labranza. Dos cosas se le piden al guarda: que vigile con esmero y fidelidad al señor de la finca. El guarda se convierte así en la persona de confianza del señor de la casa. Y si hablamos devigilancia, es imprescindible nombrar aquí la inestimable labor de la Guardia Civil, siempre respetada en la labranza, reconocida como protectora autoridad y recibida como visita grata.

Aunque de construcción igualmente sobria, se pueden observar en la casa de los señores algunos atisbos de decoración y refinamiento, por ejemplo, en la forja de las ventanas, en los suelos de mosaicos hidráulicos y en el mobiliario. En las dependencias de la gañanería hay una gran chimenea que sirve de cocina y hogar. A ambos lados unos largos poyos sobre los que se extendían jergones de paja para dormir al abrigo de la lumbre. La vida en la casa de labranza es una vida dura, de trabajos pesados y largas jornadas de sol a sol, donde el calendario se adapta a las necesidades de la siembra y la recolección, y donde el horario de descanso está a merced de las necesidades del ganado. Hay estancias para la ganadería, principalmente ovina y caprina, y también para otros animales domésticos de utilidad como burros, mulas, bueyes, gallinas, gatos y perros. Los perros prestan una gran ayuda, siendo frecuente encontrar mastines que vigilan la labranza y perros carea hábilmente entrenados por los pastores, para agrupar y conducir los rebaños. A veces también hay galgos y otras razas de perros de caza. Los gatos atigrados limpian de roedores y otros animales no deseados, los graneros y despensas, por lo que muchas de las puertas están provistas de gatera. Todo en la labranza, desde su arquitectura hasta sus moradores, humanos y animales, tiene una utilidad, un fin que justifica su presencia. Todo obedece a una economía basada en la racionalidad y en el aprovechamiento de recursos.

De la adaptación al entorno y a las necesidades de trabajo, se van creando unas costumbres gastronómicas diferenciadas de las del pueblo. La base de la dieta son las legumbres, las verduras y algo de carne. Se cocinan platos sencillos a la lumbre, con un elevado aporte de calorías. El plato más representativo de esta gastronomía es el cocido a la paja, que utiliza garbanzo de la zona y viandas procedentes de la matanza del cerdo, acompañado de alguna verdura de temporada. Las características del pan de hogaza permiten mantener su textura con el paso de los días, por lo que se acude una vez a la semana al pueblo a por pan, y se almacenan las hogazas en los sacos del trigo. Con el pan sobrante se hacen migas y sopas. En los meses de calor, el gazpacho transportado en un cuerno de buey es el principal aliado frente a la deshidratación. La mayoría de los productos son frescos, pero se hacen también algunas conservas de tomate, pisto, pimientos…Se tienen siempre árboles frutales plantados que sirven para dar sombra al patio y alrededores, de los que se obtienen frutas, como las vides emparradas, las higueras, los membrillos, los ciruelos, los almendros y los perales. Estas frutas se consumen frescas y los excedentes se aprovechan en mermeladas y otras recetas como el dulce de membrillo o las perillas de San Juan en almíbar. Los productos de matanza, los quesos de leche de cabra y oveja, son frecuentes en la dieta de labranza, así como las piezas de caza menor y los cangrejos de río. Se recolectan del campo espárragos, setas, cardillos y zarzamoras, además de plantas aromáticas como el tomillo, el romero, la hierbabuena, el cilantro, el comino y el orégano, presentes en la base de muchas elaboraciones de alimentos. No hay que olvidarse de las plantas de uso medicinal como la manzanilla, la hierba de San Juan o el perejil que se consumen en infusión o se aplican como cataplasmas. Los alimentos se almacenan en despensillas colgando de ganchos y maragatos, para evitar que sean devorados por las hormigas y otros animales. Los tocinos, las morcillas, las costillas y los lomos y moragas, se guardan en grandes orzas y parras de cerámica roja. En este enorme cuadro bodegón, no pueden faltar las zafras llenas del más puro aceite de oliva. A la hora de comer, comparten todos la misma sartén o fuente de barro, sin más norma que la cucharada y paso atrás. Después de la comida una breve siesta para reponerse antes de seguir la tarea.

Cuando las labores del campo dejan un tiempo libre, se realizan artesanías y se reparan objetos. El esparto, el mimbre, la caña, la planta de la escoba, sirven como materia prima de base para elaborar todo tipo de útiles y objetos del mobiliario de la labranza. Trenzando la enea se echa el culo a la silla. Los pastores se dedican a tallar huesos con sus navajas mientras vigilan el rebaño, fabrican albarcas y curten las pieles de los animales.

Las mujeres en la labranza se ocupan del cuidado de la casa y de los hijos, de cocinar y limpiar, pero además ayudan en ciertos trabajos estacionales y hacen tareas penosas como coger suelos. Los niños también, a partir de cierta edad, colaboran en las faenas del campo. El acceso a la escuela de estos niños es difícil, a veces imposible. La labranza es un lugar donde impera el analfabetismo. Entre 1955 y 1968 el Servicio de Maestros Motorizados realiza un gran esfuerzo por llevar el aula a labranzas que distan más de 3 km. de la escuela. Se puede decir que la cultura no distrae en este caso de la labor, aunque durante la noche, en el patio, siempre hay quien sabe entretener a los niños con cantares populares, poemas y cuentos del hombre del saco. Se habla del mal de ojo y del alunamiento. Se encienden lamparillas de aceite y se rezan jaculatorias en los días de tormenta, especialmente si la nube viene del Cerro La Estrella. Se predicen las cabañuelas y se comenta cómo va la cosecha del vecino.

La casa de labranza no es una casa cerrada al resto del mundo, sólo un poco alejada. Hay visitas de forma continuada, y la gente de las fincas cercanas establece relaciones de buena vecindad. A veces vienen personas del pueblo (herradores, esquiladores, segadores, jornaleros, pintores y gentes de todos los gremios) que aportan temporalmente su trabajo al mantenimiento de la casa y la finca. Acuden vendedores ambulantes de ultramarinos y caramelos, y compradores que vienen a por trigo, cordero, lana y todo lo que aquí se produce. Los veterinarios, los peritos, los transportistas, a veces las monjas del asilo pidiendo aceite y alimentos, los cazadores y la ya mencionada pareja de la Guardia Civil, son asiduos visitantes de las labranzas y traen noticias de Talavera y de los distintos pueblos. Así las gentes se enteran de lo que pasa en el resto del mundo. A todos se intenta recibir con buen trato y buena pitarra, a pesar de la humildad de la vida del campo, y raro es el que no sale agasajado con alguna pieza de caza o lo que en aquellos momentos se tenga en la alacena de la despensa. Algunos que emigraron de la labranza, también vienen de vez en cuando a hacer la visita, y a enseñar a sus hijos los rincones de su infancia.

Las labranzas de la Jara constituyen un patrimonio económico y cultural de la zona importante, no obstante, desconocido. Duermen silenciosas en los campos del pasado el derrumbe de sus techumbres y tapiales, a la espera de un futuro incierto. Solitarias, las que antes fueran bulliciosas, viven el abandono cada una según su suerte, pero mantienen ese valor incalculable que posee la arquitectura popular con el paso de los años, esa arquitectura anónima pero brillante, que perdura en el tiempo y trasciende a lo moderno con su conocimiento atemporal. La filosofía de la labranza aporta enseñanzas de sostenibilidad, aprovechamiento, eficiencia, redes de colaboración, muy vigentes en nuestros días. Son una comunidad económica prácticamente autosuficiente. Se adaptan al clima mediante los recursos inmediatos de su entorno. Todos estos principios, una lógica funcional basada en la austeridad, el trabajo duro y una cultura singular, han propiciado que un siglo después de su creación, a pesar de los cambios socioeconómicos que se han ido introduciendo, la mayoría de labranzas de la Jara sigan en pie estratégicamente dispersas sobre sus vegas y sus rañas. Es necesario poner en valor su patrimonio material e inmaterial, porque de sus costumbres y saberes, emana inteligencia práctica, y de su arquitectura rústica, un incomparable espectáculo de belleza.

Escrito por Ana María Castillo Pinero.

Fotos de Arturo Castillo Pinero.


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