No he podido durante toda la Semana Santa dejar de darle vueltas en mi cabeza a lo que, al menos para mí, resulta una clara contradicción. En España un 40% de la población se declara católica, pero sólo un 10% acude regularmente a misa, las bodas por la iglesia no alcanzan el 17% de las celebradas y sólo menos del 20% de los niños nacidos son bautizados.
Los datos respecto del alejamiento de los españoles respecto a la religión son demoledores, pero a la vez que esto venía sucediendo, un fenómeno, aparentemente contrario, ha tomado cada vez más pujanza, el seguimiento y presencia de las celebraciones con motivo de la Semana Santa, especialmente de sus procesiones.
Todas las cadenas televisivas, públicas o privadas, llenan sus programaciones de pasos y saetas, películas bíblicas y vía crucis, las inclemencias de la lluvia se convierten en mal nacional, cuando hace una semana llorábamos por la sequía, la calles se abarrotan de público y el número de nazarenos aumenta de manera inversa a la pérdida de la práctica religiosa y da gusto ver a nuestros políticos ataviados de traje negro ellos y mantilla ellas acompañando tronos y estaciones de penitencia, al unísono tanto PP como PSOE.
¿Qué está ocurriendo? Probablemente la machadiana España de charanga y pandereta haya tomado las calles ahora con esta excusa, sin trasfondo religioso en un altísimo de los participantes.
El postureo ha llegado a la túnica y el capirote, como antes llegó a los flotadores de unicornios. Un día llenan las calles de pétalos y el día antes habían quemado las imágenes. Esto es España.