El arte del reino Astur es heredero de la tradición artística visigoda, existiendo numerosos nexos de unión entre ambos. Un proyecto de investigación, dirigido por los arqueólogos y académicos de la RABACHT Jesús Carrobles, Jorge Morín y Rubén Pérez, sobre la escultura decorativa monumental visigoda al norte de la provincia de Toledo, ha permitido documentar en la localidad toledana de Casarrubios del Monte un interesantísimo relieve de época visigoda, probablemente del siglo VII-principios del VIII, que destaca por ser un precedente directo de la denominada cruz de Oviedo, emblema de la monarquía astur.
Dicho relieve presenta una cruz griega anicónica ya que no porta a Cristo crucificado, de brazos trapezoidales, ensanchados hacía fuera, rematados en “media luna”. De los brazos horizontales cuelgan las letras griegas alfa (A) y omega (ω), mientras que el brazo inferior se prolonga en un astil o empuñadura, representando por tanto una cruz litúrgica portátil, que podía ser empuñada, puesta sobre un soporte en un altar o sobre un astil más largo para procesionar.
Muestra, por tanto ya, las características iconográficas propias de la cruz de Oviedo —empuñadura, letras griegas—, representada en bajorrelieve como escultura decorativa en los edificios de prestigio del reino Astur, a excepción de ser una crux gemmata —cruz decorada con piedras preciosas—, dato este que tendrá que ser confirmado en un estudio más exhaustivo de la pieza. Una iconografía, la de esta tipología de cruces, que continuó desarrollándose, entre los siglos X y XII, en la miniatura de los códices elaborados en los monasterios de los reinos cristianos hispano medievales.
El rey Recaredo, propulsor de la conversión de los visigodos arrianos al catolicismo y de la unidad religiosa del reino, recibió en el año 599 del papa Gregorio Magno, entre otras reliquias, una cruz con un fragmento del lignum crucis, de la cruz de Cristo, que pasó a tener un importante valor simbólico para el Regnum Gothorum, como símbolo de la gloria y poder divino de Cristo, de su victoria sobre la muerte y el mal, y como protección y victoria en la batalla.
Desde ese momento se desarrolló en el reino visigodo de Toledo un importante culto a la cruz, que se manifestó en ceremonias de veneración, en la dedicación de iglesias bajo la advocación de la Santa Cruz, en la representación escultórica de cruces en bajorrelieve como decoración arquitectónica en edificios religiosos o en las cruces de orfebrería visigoda como las del tesoro de Guarrazar (Guadamur, Toledo), que eran entregadas a las iglesias a modo de ofrendas.
Tras la conquista islámica de la península ibérica y el nacimiento del reino de Asturias, los monarcas astures cimentaron las bases del nuevo reino en una tradición legitimadora por la que se consideraban herederos del reino visigodo de Toledo —ideal que transmitieron a su vez a los reinos cristianos de la Hispania medieval—, adoptando los atributos iconográficos visigodos, convirtiendo la cruz en el emblema del reino, en una fuente de legitimidad y en nexo de unión con el desaparecido reino visigodo, representándola en los edificios de prestigio, civiles y religiosos, del prerrománico asturiano.
El principal paralelo de época visigoda del relieve de la cruz de Casarrubios del Monte (Toledo), es un relieve del Museo Lapidario de Narbona del siglo VII u VIII, realizado en la provincia visigoda de la Septimania, mientras que su influencia en la iconografía de la cruz de Oviedo se encuentra en ejemplos tanto señeros del arte astur del siglo IX como los relieves del interior de Santa María del Naranco (Oviedo) o la placa del Monasterio de San Pelayo (Oviedo).