“Quien tiene un amigo, tiene un tesoro”. “Los amigos son la familia que se elige”. “La verdadera amistad resiste el tiempo, la distancia y el silencio”. Todo eso lo dicta el siempre sabio saber popular y que solo se discute por los más necios del lugar.
Traigo hoy a este espacio la palabra amigo porque, a mi modo de ver, el concepto amistad ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos. El interés propio, la avaricia o el egoísmo han corrompido la más pura amistad.
“Ni muchos ni pocos amigos, solo los suficientes”, “un verdadero amigo es el que entra cuando el resto se va”… podríamos hacer un amplísimo monográfico pero no es el caso. Y digo todo esto porque días atrás un buen amigo, de los de verdad, me hablaba de la situación que vivimos en España. Macario, que así se llama, me aseguraba que él no entiende –ni quiere entender– de política pero que sabe y entiende muy bien la vida, la vida de sus padres, de los mayores de su pueblo. Esos que vivían con lo que tenían sin hacer derroches y se conformaban con lo que podían llevarse a la boca pero que siempre compartían una sonrisa, un amable saludo o un educado ademán al cruzarse en la calle. Eso me lo confirmaba otro amigo, Carlos, ayer mismo: “parecemos competir a ver quién gasta más sin pensar en mañana y eso que estamos en puertas de una crisis, o eso dicen”, me comentaba. Entre la crispación de los catalanistas avasalladores que quieren atracar al primero que se mueva, creyéndose con derecho a todo, o los del lado ultra con las amenazas veladas de “colgar por los pies” a quien gobierna y, en general, la putrefacción que vomitan tantos especímenes con vidas vacías en las redes sociales… ¿qué nos queda? La amistad, la verdadera. Por eso, y como decía Aristóteles, “el antídoto para cincuenta enemigos es un amigo". Estoy seguro que Macario, mi amigo, respondería: Amén.