Dependiendo de dónde te sitúes, así miras la realidad. Con la polaridad social cada vez más distante, el prisma para analizar lo que ocurre a nuestro alrededor se nubla, se emborrona y a veces hasta se ensucia demasiado.
Los que nos dedicamos a observar la realidad, analizarla y dar nuestra opinión al respecto tenemos una labor cada vez más complicada. Más incluso cuando proliferan los todólogos que se erigen en especialistas en chismes, política, psicología… Vamos, como se decía antiguamente: de toros, fútbol y medicina… todo el mundo opina. Y así nos va.
Pero, claro, no da igual llamar a la puerta que levantarse a abrir.
Fíjense que cada uno cuenta la feria según le va en ella. Los más cercanos a Pedro Sánchez veneran cada decisión de su prócer mientras vemos cómo los partidarios de Abascal vituperan todo lo que diga, haga o imagine el entorno del presidente del Gobierno sea normal o no.
Ahora, incluso, el crisol con que miran las ya ex ministras Montero o Belarra las decisiones de Sánchez no son tan buenas como hace algunos meses. La pomada es lo que tiene, que cuando falta hace cambiar lealtades y críticas.
Pero, sin duda, lo que está consiguiendo el recién elegido presidente de los españoles, porque así lo han designado las mayorías parlamentarias, es que unos crean que nos acercamos a una dictadura (como si todos ellos hubieran sufrido a Franco) y otros se froten las manos pensando en la supremacía de la independencia separatista, como si fueran los herederos de las hieles que masticaron las pobres gentes de Bosnia, Croacia, Serbia y cualquier otro país de Centroeuropa con un pasado marcado por el autoritarismo.
Sinceramente, yo ya no sé si levantarme o llamar. España me despista cada día más y me vuelve más socrático. Por eso, “sólo sé que no sé nada”.