Yolanda Díaz es vicepresidenta segunda del Gobierno de España y aseguraba el pasado día 5 que PSOE y Sumar están en "la antesala" de acordar el próximo Gobierno de coalición. Dos días antes, el 3 de octubre y tras su reunión con Su Majestad el Rey, ella misma dijo que “aún estamos lejos de un acuerdo con el PSOE”. Es decir, hemos pasado del ‘lejos’ a la ‘antesala’ Waterloo mediante. Cómo será de grande la casa de Puigdemont que cada vez va más gente a verle.
De hecho, es probable que la cifra que encabeza este artículo le haya hecho, querido lector, distraerse por un momento. No se trata de la distancia que ha podido recorrer estas vacaciones o los pasos perdidos que haya tenido que dar cualquiera de nuestros políticos en la sala del mismo nombre dentro del Congreso de los Diputados, no. 1564,4 son los kilómetros que existen entre Madrid y Waterloo, los que tuvo que hacer Yolanda Díaz y los que separan al expresidente catalán e impulsor de la DUI (Declaración Unilateral de Independencia del 27 de octubre de 2017) de volver a pisar España.
Si ya no recuerdan lo que pasó ese mes de octubre de ese año, 2017, revisen la hemeroteca y se darán cuenta de la cantidad de barrabasadas fuera de la Ley que la banda de Puigdemont perpetró en Cataluña, su parlamento autonómico, las empresas, las ciudades, los pueblos, las calles… todo un esperpento.
Ahora, Díaz es la traductora/negociadora/relatora de las veleidades que se le siguen pasando por la cabeza al tal Carles y pierde mucho en credibilidad. Todo lo que se le pudiera haber atribuido en gestión laboral y que con tanta fruición está mostrando dentro y fuera de nuestras fronteras, elevación del salario mínimo incluido, se desbarata cuando se empareja con ciertas compañías.
Cierto es que Pedro Sánchez necesita reunir los apoyos suficientes para gobernar España tras los resultados de las últimas elecciones del 23 de julio y tras el fiasco de Núñez Feijóo en su investidura fallida pero vender tu alma al diablo no puede entrar en los planes de alguien responsable y con miras de gobierno.
Yolanda Díaz ya se ha reunido, hace muy poco, con el presidente y candidato a la reelección, Pedro Sánchez, y ha explicado que ambos han pedido a sus equipos "acelerar las negociaciones" para alcanzar en octubre un acuerdo de Gobierno (¿a toda costa?).
España no puede parecerse a un pastel para trocearla y servirla en platos alrededor de una mesa dónde cada uno se coma lo que quiera. Como ha aseverado el presidente del Gobierno en funciones en Granada al citar la palabra ‘amnistía’, SUMAR tiene una propuesta sobre este tema “que no es la del Partido Socialista”, con lo que es de esperar que la tan traída AMNISTÍA se quede en pura cita y nada más. Si no es así, será preocupante porque abrirá la puerta a que todos los que hayan delinquido y contravengan la Constitución tengan la posibilidad de ser amnistiados y, como decía este lunes el presidente de los autónomos: “Si se amnistía a políticos, por qué no se iban a borrar las multas o deudas de los ciudadanos”. Pues eso.
Y es que, no sé si ustedes habrán notado que vivimos tiempos raros, difíciles, extraños, complicados…
Vivimos tiempos del revés; lo bueno es malo y lo malo es bueno.
Vivimos tiempos en los que hay que defenderse de no ser culpable, de siquiera que insinúen tu culpabilidad cuando lo único que haces es hablar claro.
Vivimos tiempos en los que quienes ganaron son sospechosos y los que perdieron son héroes.
Vivimos tiempos, o más bien viven tiempos en el PSOE, en que es fácil insultar a Felipe o a Guerra y jalear gratuita y obligatoriamente a Oscar Puente.
Viven tiempos raros en ese partido que alardea de los 144 años de existencia desde su fundación por Pablo Iglesias Posse en Casa Labra junto a dieciséis tipógrafos, cuatro médicos, un doctor en ciencias, dos joyeros, un marmolista y un zapatero.
Son tiempos raros cuando a algún nuevo socialista se le escapan las loas a Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto o Pérez Rubalcaba y, repito, demoniza a Felipe y a Guerra por mostrar sus opiniones.
Se viven tiempos raros en que los socialistas deben ser obligatoriamente leales a un argumentario que cambia no de elección en elección, sino de semana en semana.
Vivimos tiempos de pedir perdón por si te valoran, te quieren… y te votan.
Vivimos tiempos raros.